En la antigua Tartaria (nombre que le daban los viejos geógrafos al centro de Asia), vivía el rey Tamerlán. Un día, el rey se encontraba bastante deprimido por diversas preocupaciones que no podía sacar de su cabeza.
Absorto estaba en sus pensamientos, cuando en eso descubrió una hormiga, que lentamente subía por una pared. Con la ayuda de un pequeño palo, Tamerlán lanzó la hormiga contra el suelo, buscando con ello distraerse un poco. Inmediatamente, el insecto volvió a ascender por la pared. El rey volvió a arrojar la hormiga al suelo y aquella nuevamente tomó su rumbo habitual.
Con paciencia infinita y por espacio de ochenta veces, el rey tiró la hormiga al suelo. ¡Y por espacio de ochenta veces la hormiga volvió a subir por el mismo sitio de la pared! El rey se maravilló por la perseverancia demostrada por aquel insecto y, recapacitando, se dijo: “La imitaré y venceré”. Y el rey tártaro procedió a invadir el reino de Persia, Jorezn, Georgia, Armenia y Mesopotamia, entre otra serie de tierras, siendo recordado por la historia como uno de los grandes conquistadores que han existido.
Al igual que la hormiga, no debemos dejar de luchar por nuestros ideales. Es muy común que el ser humano desista cuando las cosas empiezan a complicarse. Pero es aquí cuando más debemos insistir. Ya bien lo decía Napoleón: “La victoria es del más perseverante”.
Ejemplos de perseverancia abundan en la historia de la humanidad. Uno de los más célebres, sin lugar a dudas, es el de Thomas Alva Edison y los incontables “fracasos” en los que tuvo que incurrir para obtener la bombilla eléctrica. Pero mencionemos otros, tal vez no tan conocidos. El famoso escritor Richard Bach tuvo la paciencia y la perseverancia, dos cualidades que van indiscutiblemente de la mano, de ver rechazada por veinte veces consecutivas una de sus máximas obras, antes de que finalmente la publicaran: Juan Salvador Gaviota.
Sir Edmund Hillary y Tenzing Norkay, los primeros hombres que ascendieron el monte Everest, son otro ejemplo de esa perseverancia que todos debemos tener. Ellos tenían muy claro cuál era su meta: conquistar la cima más alta del mundo. Una empresa que hasta ese momento nadie había logrado realizar. Por eso, poco les importó el frío, el cansancio y los comentarios, que insistían en que debían abandonar su sueño. No permitieron que su entusiasmo fuera diezmado, y, pacientemente, en el último trecho avanzaron a un ritmo de… ¡30 centímetros por minuto! ¡Nada más imaginen su persistencia! Pero no cejaron en su esfuerzo, hasta obtener el éxito.
¿Qué podemos apreciar en estas grandes figuras? Que las personas triunfadoras no ven con desagrado el esfuerzo extra que deben realizar para conseguir sus ideales. Perseveran, sin pensar siquiera en abandonar lo emprendido. Son conscientes de que el éxito estriba en levantarse una y cuantas veces sea necesario, de los tropiezos en los cuales hayan incurrido. Y son, además, conscientes de que no hay lugar disponible para el cansancio.
Por eso, ten muy en cuenta que lo que aspiras obtener en el futuro, eso por lo que tanto estás luchando, dependerá en gran medida de cuánta insistencia le agregues al trabajo que estás realizando hoy.
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