Descubriendo a Adriano González León.

Publicado el 07 septiembre 2015 por Jmartoranoster


Un jueves de poesía en mi lugar favorito de Caracas, El Techo de la ballena, café-librería en pleno centro de la ciudad, conocí a José Hernández. En la barra él disfrutaba de una taza de café. Nos presentaron y al descubrirnos ambos como apasionados por la lectura, la conversación fluyó de inmediato. Largo rato nos dedicamos a Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y, por cosas del azar, saltamos al venezolano Adriano González León. Le confesé a José que más allá de País portátil, novela de culto ganadora del premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1968 y que marca la vanguardia literaria venezolana de la época. Entonces, muy amablemente, José, sabiendo ya que mi género predilecto es el relato breve, comenzó a hablarme de los cuentos de Adriano y, particularmente, del que se titula Uno. Leer Más: El club de lectura como escape Con la chispa encendida, días después inició mi peregrinaje por las librerías caraqueñas, públicas y privadas, para buscar los cuentos de Adriano. Me tomó varios días y algunas decepciones. Sin embargo, sabemos que la victoria es de quienes perseveran. En Chacaíto encontré, a un precio absurdamente económico, toda una rareza: Hueso de mis huesos, un poemario de Adriano ilustrado por Manuel Quintana Castillo y publicado por el Taller de Ediciones Rayuela en el año 1997. El librero me dijo: “No sé si es lo que está buscando, pero esto es lo único que tenemos”. Cuando un lector toma la decisión de dedicarse a un autor en especial, cualquier hallazgo se convierte en tesoro. Sin pensarlo, y luego de preguntar el precio, decidí llevarlo a casa. Abro al azar y Adriano me recibe con Ciudad Buril:
 “Se ejecuta el ritual de la ventana. El aire ubica su procedencia celeste o su temblor de la montaña. Vale marcar la peripecia de un trazo allá lejos. Alterna con las defensas del río. Evidente gimnasia de los ojos, a ella nos debemos. Incisivo mirar lo ya mirado. Fachada va en fachada, vidrio desentendido, confusión entre sombra y rayo inesperado. Una ciudad puede someterse a buril. Aquí está entonces nuestro disfraz de joyeros: pesca milagrosa de los rubíes, acento muy fugaz de la esmeralda, pañuelo que descubre la amatista. Así es. Entre violetas y amarillos anda el juego. Los naipes urbanos se despliegan. Viene la falacia de las apuestas. El equívoco que indispone las manos temblorosas. La duda abierta como un gran pájaro sin rama. Las palabras que vacilan como la primera tarde en la escuela. Hay reglas ciudadanas”.
Y apenas así, en el primer encuentro, sabía yo que comenzaba con Adriano González León una larga amistad, ese lugar misterioso en el que lector y escritor firman un pacto que durará para siempre. Vía correo electrónico, José, el celestino entre Adriano y yo, me dijo que aún se conseguía en librerías la edición de El Nacional de sus cuentos completos. Retomé la búsqueda desde Chacaíto hasta Altamira. Fue en vano. En una de las tantas librerías me dijeron que El Nacional había mandado a recoger sus viejas ediciones, entre esas los cuentos completos de Adriano. Así que pensé en una librería a la que le tengo mucho cariño que queda en Vizcaya, atendida por sus propios dueños, grandes lectores por cierto, donde siempre consigo alguna rara e inesperada edición. Crucé la ciudad. Y sí, ahí estaba. El precio estaba un poco alto para mi desgastado presupuesto de final de quincena, así que apelé por el último cartucho de mi tarjeta de crédito. Misión cumplida.