Descubriendo Medellín

Por Viajaelmundo @viajaelmundo
Medellín amanece temprano. Llego a la ciudad entre bostezos y un poco de hambre. Digamos que son, más o menos, las nueve en punto de la mañana, cuando el autobús frena a las puertas del Hotel Intercontinental y nos reciben como a aquellos primos que tienen tiempo que no visitaban la casa.

Quiero hacer una pausa breve para contarles cómo llegué. Resulta que Aero República tiene un vuelo directo Caracas-Medellín, que es exageradamente puntual. Hay que despertar a mitad de la madrugada para tomarlo, pero vale la pena llegar a la ciudad cuando está comenzando a desperezarse.

Volvamos al hotel. Me registro y me asignan la habitación 421. El chico que me atiende es tan simpático que uno podría quedarse allí, hablando con él de cualquier cosa. Pero subo, y tengo el tiempo de cinco minutos para hacer todo lo que tengo que hacer y bajar a desayunar.

Mi desayuno es un Calentado: un refrito de fríjoles -sí, fríjoles, con acento en la í- con arroz; sobre una arepa muy fina que tiene como tapa un huevo frito con tomates y chorizo. ¡¡Bienvenida a Colombia!! me grita mi plato y yo me lo como todo.

Mejor así. Debía tener energías para un día largo, así que, sin hacer la digestión, me voy directo al Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, guiada por Jhon Jairo y me encanta, porque más colombiano, imposible.

Escucharlo no requiere de esfuerzo. Habla lento, pero sin pausa y eso hace que recuerdes cada palabra. Entiendo, mientras vamos camino al Jardín, que Medellín es la capital del Departamento de Antioquia y la segunda ciudad más importante de Colombia, cuya actividad económica predominante es la industria textil. Para que tengan una idea de sus dimensiones, Medellín tiene poco más de 3 millones 700 mil habitantes y es el núcleo de Área Metropolitana del Valle del Aburrá (nombre dado por los indios). Debo decir que, de buenas a primeras, es muy parecida a Caracas y eso la hace más cercana, al menos para mí. En 1991, Medellín era la ciudad más violenta del mundo, pero tenía un interés claro de recobrar la confianza en la ciudad. Ahora es un destino turístico, ejemplo de una transformación física, social y educativa profunda, que quiere gritarle al mundo que ahora es, y lo juro que lo es, una de las ciudades más seguras de toda Latinoamérica. Por eso, sus dos aeropuertos; José María Córdova (internacional) y el Enrique Olaya Herrera (nacional) están siempre dispuestos para recibir a todos sus visitantes con los brazos abiertos.

Lo primero que noto al adentrarme a la ciudad es que todo se nombra por Calles y Carreras. Por ejemplo, el Jardín Botánico queda en la Calle 73, Num 51 D-14. Pero, más allá de eso, nunca supe en qué Calle o Carrera me encontraba.

Entro al Jardín Botánico y retrocedo, aproximadamente, 15 años, al momento exacto en el que fui con un grupo de mi colegio a hacer unas actividades al Jardín Botánico de mi ciudad. Lo más curioso es que me siento de esa edad (13 ó 14 años) y cuando se nos pone al frente Pilar Velilla, directora del Jardín -en el justo instante que unas orquídeas me estaban hablando- siento que estoy en una clase magistral. “Me gustan que estén aquí, porque eso le hace bien a mi país. Somos el patio de la casa de todos los medellinences”, nos dice. Y yo quiero correr por todo el patio.

Entonces, me encuentro a mí misma caminando con la boca abierta entre tanto verde, árboles gigantes y helechos raros, pero sobre todo, entendiendo cada cosa que veo y escucho. Pilar es divina, como dicen los colombianos, y camino junto a ella procurando no perderme de nada; porque ella va hablando, y los árboles parecen ir abriendo camino a su paso.

Entre tantas cosas, me fascina saber que es el Jardín Botánico el que da la autorización para plantar cualquier árbol en toda la ciudad. Así garantizan la organización y la uniformidad del paisaje. Se evitan los espontáneos.

A ver si me explico: no es que yo no haya visto árboles, ardillas o helechos. Lo que pasa es que nunca me habían hablado con pasión de ellos, ni me habían enseñado a mirarlos de una manera tan cercana. Huele a día claro. Huele a humedad. Huele a tierra. Huele a arroyito. Vamos, que provoca acostarse en la grama a ver el día pasar… y no había terminado de madurar esa idea, cuando Pilar me despierta para contarme que sí, que puedes hacerlo; que puedes traer de casa lo que quieras y acostarte en cualquier área del jardín -con previa autorización-. Pero hay más, el Restaurante In Situ, que está dentro del Jardín, ofrece varios menúes especiales para que hagas un picnic.

Mi almuerzo en In Situ

La mañana se nos pasa rápido y el paseo por el Jardín es delicioso, tranquilo, sin esfuerzo. Aún no me había recuperado del desayuno, cuando el camino ya nos está llevando al Restaurante In Situ. Así que, mentalmente, decido abrir espacio para más comida, sin pizca de remordimiento. ¡Me encanta el jardín! ¡Quiero jugar! ¡Me encanta comer!