Pero, ¿se trata realmente de un enriquecimiento?
Es cierto que la persona crece sobre el dolor. Pero en el desengaño amoroso parece romperse algo en el alma que ya nunca podrá reconstruirse, y esto quedará fijado como rasgos de carácter.
Se pierde cierta ingenuidad, se transmutará aquella idea confiada en un “amor eterno”, en una actitud matizada de escepticismo. Se perderá la capacidad de idealizar al otro y de enamorarse.
En una palabra: se arribará a una concepción más realista del amor. La persona ya no es capaz de enamorarse, “sólo” lo es de amar.
El desengaño amoroso del enamorado entraña tener que deshacer a puñaladas una bella “cristalización” (cristales preciosos), de derribar la imagen casi mística del ser amado que, esto es lo trágico, se empeña en no caer.
Todo ello se acompaña de un sufrimiento infinito: “Es preciso que el amor muera, y vuestro corazón sentirá con horribles desgarramientos todos los progresos de su agonía”, dice Stendhal.
Esta herida ya no cicatrizará nunca o, con mejor símil, cicatrizará, pero, como toda cicatriz, dejará un encallecimiento afectivo en el alma.
Lo triste no es la muerte del amado, a quien se sigue amando, aun muerto, sino la muerte del amor.
Hay en este sufrimiento, como en todos, un fenómeno circular: el sufrimiento se alimenta a sí mismo. Y el ser querido, por haber sido alejado, es más idealizado. Esto aumenta la intensidad del sufrimiento. 04145541014 delucabartolomeo@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®. http://www.latinpress.es