De pequeño me daban pánico las fiestas a las que iba mucha gente, como la celebración de Navidad en el colegio, la de fin de curso o la de Carnaval, esta última en especial, ya que implicaba ir disfrazado y las posibilidades de hacer el ridículo aumentaban. ¿Hacer el ridículo?, se preguntarán. Pues sí. Por alguna extraña razón estaba convencido de que, debido a un error al leer el calendario, podía suceder que mi madre me llevara a una fiesta de disfraces el día equivocado; algo que no tendría mayor inconveniente en un cumpleaños (con esconder el regalo bastaría), pero que en un evento de estas características me dejaba en una situación muy comprometida: vestido de indio o vete a saber de qué un día normal de clase. El bochorno estaba garantizado.
Así se te queda la cara cuando te disfrazan de bolsa de basura con una bolsa de basura.
Mi preocupación por este asunto me llevó, con unos siete u ocho años, a buscar soluciones. Estaba claro que los días de celebración no podía bajarme de golpe del coche y entrar corriendo en el colegio, sin más. Entrañaba demasiados riesgos. Así que, lo crean o no, se me ocurrió que mi madre podría adelantarse, comprobar que efectivamente tenía lugar la fiesta y entonces hacerme una señal de vía libre, “¡despejado!”, como en las películas, o cualquier otra cosa parecida. Solo entonces abandonaría el vehículo con seguridad. Lo sé, deben pensar que me falta un hervor. Pero tienen que ver los disfraces que nos hacía mi madre cuando decidió que se había acabado lo de comprar trajes de Superman y, arrastrada por la necesidad de ahorrar o por un impulso creativo descontrolado (nunca lo sabré a ciencia cierta), comenzó a crear sus propios diseños. No entraré en detalles, por respeto a mi familia. Solo recordaré aquel día memorable en que me disfrazó de bolsa de basura con una bolsa de basura y cuatro manchas de carbón en la cara y los brazos. Mi hermano salió algo mejor parado y acabó vestido de señor forzudo con una camiseta vieja y un bigote pintado. Lo peor es que estábamos en el sur, en un hotel, y esa noche tocaba concurso de disfraces. De ahí la operación Desembarco en el Cole.
Adiós, Google News.
Pero, ¿a qué viene todo esto? Resulta que ayer, mientras leía las noticias sobre el anuncio del cierre de Google News en España, me vino a la cabeza mi imagen en el coche, por fuera del colegio, y se me ocurrió que le voy a mandar a mi madre a José Ignacio Wert, para que antes de dar el visto bueno a una ley la mande a otear el horizonte, a escuchar las opiniones de los demás y a elaborar propuestas de consenso para poder entrar tranquilo en el Congreso. Aunque quién sabe, si de niño yo hubiera tenido mayoría absoluta en el cole y hubiese entrado disfrazado cuando no tocaba, igual lo que hubiera hecho es cambiar la fiesta para ese día, por mis cojones. Como Wert, en mi soledad, me contentaría con pensar que el ridículo lo están haciendo todos los demás.