Según sus trabajos los seres humanos exhiben tres emociones primarias en las relaciones de pareja: el deseo sexual, el amor romántico y el cariño o apego tras una larga relación. Estas tres emociones según Helen Fisher llevarían del deseo, al enamoramiento y a la formación de un vínculo estable relacionado quizás con el tiempo necesario evolutivamente para la crianza de los hijos.
Fisher ha estudiado qué efectos psicológicos produce el enamoramiento descubriendo entre ellos pensamientos recurrentes sobre la persona amada, sensación de euforia, dependencia emocional, actitud posesiva, así como factores fisiológicos tales como fuertes latidos del corazón, respiración más superficial…
En sus estudios descubrió que el cerebro enamorado genera además ciertas hormonas que darían explicación a cada uno de estos síntomas. Aumento de testosterona relacionada con el deseo sexual, alto nivel de norepinefrina que produce euforia y pérdida del apetito; el bajo nivel de serotonina tiene que ver con la obsesión de estar siempre con la persona amada, dopamina que proporciona sensaciones de plenitud, euforia y cambios de humor.
En la naturaleza existen muchas especies animales que siguen un patrón muy similar al del enamoramiento eligen pareja y sienten un amor romántico primitivo: no comen, apenas beben…
Fisher sostiene que el amor romántico es un impulso más fuerte que el sexual, según sus palabras “después de todo, si casualmente le pides a alguien que se vaya contigo a la cama y te rechaza, no entras en una depresión ni cometes suicidio u homicidio pero en todo el mundo la gente sufre terriblemente tras el rechazo en una relación romántica».
Los estudios de Fisher mostraron también diferencias biológicas entre los hombres y las mujeres a la hora de enamorarse, los hombres se basaban más en estímulos visuales mientras que en las mujeres las áreas cerebrales que se activaban cuando se enamoraban estaban más relacionadas con la memoria. Ante este hecho biológico comprobado, que cada cual extraiga sus propias conclusiones...
Otro descubrimiento muy interesante es que cuando estamos enamorados una parte de nuestra amígdala cerebral se desactiva impidiéndonos ver los aspectos negativos en la persona amada, de ahí que popularmente se hable de que el “amor es ciego”.