Desertoras de la Gran Guerra

Publicado el 16 diciembre 2015 por Aranmb

El estallido de la Primera Guerra Mundial produjo el pánico entre los jóvenes que, por edad, debían partir a una contienda que estaba por convertirse en una de las más mortíferas de la historia. La picaresca para librarse del reclutamiento trajo consigo un sinfín de anécdotas, algunas más conocidas que otras: gran número de muchachos se autolesionaron para ser declarados inútiles, pero otros escogieron vías más heterodoxas.

Adrien Confin / Ivonne Nante, ¿una historia real?

Confin (izq), 1931

Impostor o no, como veremos más adelante, Adrien Confin, de profesión representante de una empresa de perfumes francesa en España, dijo en una entrevista concedida a la revista Estampa en septiembre de 1931, cuando ya frisaba los cuarenta años, haberse visto obligado a vivir como mujer durante diez años para ocultar su condición de desertor. El francés fue francesa desde 1915 hasta el 20 de julio de 1925, el día que se firmó el decreto de amnistía por el cual aquellos que hubieran evitado marchar a filas durante la contienda no podrían ser declarados ya desertores, ni mucho menos ser condenados a penas tan elevadas como hasta entonces: la deserción se pagaba con la vida, ante un pelotón de fusilamiento. Aquél, decía Confin, había sido el motivo por el que se convirtió en Ivonne Nante en 1915.

Ivonne Nante

Decidido a no partir a la guerra, en tanto en cuanto eso supondría dejar sola a su esposa y, probablemente, perder la vida, Adrien se depiló el bigote que había usado siempre y que, según aseguraba, había sido la pesadilla de más de una mujercita del barrio Latino de París. Su (relativa) androginia natural permitió que la transformación fuera más fácil. Nadie sospechó nunca de aquella joven de pequeña estatura y cuerpo esbelto, pies menudos y cutis fino, con el pelo a lo garçon, que vivía con la señora Confin en una pequeña buhardilla parisina después de que ésta, en opinión de todo el barrio, se hubiera quedado compuesta y sin marido: André fue dado por desaparecido al tiempo que Ivonne Nante, de cara pintadísima y aflautada voz, se estableció en su casa.

Para bordar su objetivo, “me depilé por medio de la electricidad, y quedé con la cara más limpia, más fina y más fresca que la de Mary Pickford. El proceso duró un año, el tiempo necesario para que a André le creciera una abundante melena en la cabeza que disimulase, en los primeros tiempos, su condición masculina, y en el año 1916 comenzó a pasearse, sin despertar sospecha alguna, del brazo de su mujer por las calles de la capital. Los hombres, decía, le miraban con un deseo que él/ella interpretó, al principio, como sospecha. “Poco a poco fui acostumbrándome a soportar [las miradas]”, recordaba, “con la indiferencia de la más desdeñosa coqueta”.

Adrien, como Ivonne

Lo peor fue trabajar. Las convenciones sociales de la época hacían que no cualquier empleo sirviese para la nueva Ivonne Nante, mujer a fin de cuentas. Por más que la Gran Guerra comenzase a revestir de relativa igualdad el mundo del trabajo, ahora obligado a surtirse de mujeres ante la ausencia de los maridos, ocupados en el frente, Nante/Confin se vio obligada a ganarse la vida en los cabarets del Quartier Latin y de Montparnasse. De costurera, oficio que aprendió en su primer año de cautiverio y transformación, se ganaba demasiado poco; en los talleres temía ser descubierto.

La odisea de Confin acabó, supuestamente, con la firma del decreto de amnistía en 1925, aunque muchos detalles con los que, en 1931, el representante de cosméticos sazonaba su historia coincidían, extrañamente, con los de otra biografía que, a diferencia de la de Ivonne/Adrien, sí ha podido ser contrastada: la de Paul Grappe / Suzanne Landgard fue una vida tan novelesca que no necesita ser adornada con ornamento alguno.

Los submundos del París de la Gran Guerra: el caso de Paul / Suzanne

Paul/Suzanne, 1925

La vestimenta, el peinado y el maquillaje le cambiaron el aspecto, pero no el carácter. Juerguista, violento y difícil, Paul Grappe llevaba cuatro años casado con Louise Landy cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Si hacemos caso a la versión que su mujer, sentada ante los tribunales de justicia, dio a finales de los años 20, la marcha de Paul a las trincheras supuso un respiro para Louise, maltratada por su marido física y psicológicamente, humillada por las no pocas amantes que se traía a casa -frente a sus propios ojos- y sus aficiones, un tanto extrañas a juicio de la mujer, amatorias. La cuestión fue que en noviembre de 1914 un obús reventó en las manos del Grappe soldado en una lesión que se sospechó intencionada y que no llegó a eximirle del servicio, así que decidió desertar.

Paul (como hombre), Louise y Popol

Es aquí donde se entrecruzan las historias de Paul y de Adrien, donde la coincidencia llega a extremos tan similares que nos hace similar que la biografía de Adrien fue inventada, copiada palabra por palabra de la vida de Paul Grappe, del que sabemos que en 1915 decidió convertirse en Suzanne Landgard porque así quedó acreditado en el juicio que se celebró, en 1928, por el asesinato de Paul a manos de su burlada esposa. Tres años después de que la amnistía permitiese a Paul dejar atrás su tránsito como Suzanne, machuna morenaza con corte a lo garçon e imposibles espaldas, Louise acabó con la vida de su marido de un tiro en la cabeza cuando éste, borracho, se abalanzó sobre Popol, su hijo de pocos meses, para hacerle callar.

Paul/Suzanne

Según contó Louise en el juicio, en el que fue defendida por Maurice Garçon, el cambio de Paul a Suzanne no agrió más el carácter de su marido, cosa imposible, pero sí lo había sustraído a submundos en los que ella no fue jamás capaz de encontrar acomodo. Obligado, como narraba Adrien en la descripción de su vida inventada, a frecuentar los cabarets del París más oscuro, a ganarse la vida acompañando a caballeros que buscaban algo más de lo habitual bajo de las faldas de una bailarina -con todo lo que eso suponía en 1915-, Grappe se dio cuenta del filón que era participar de los juegos más prohibidos de aquella Europa en guerra. En su declaración, Louise confesó haber sido prostituida por su marido, obligada a participar en orgías en las que él actuaba bien como hombre, bien como mujer, y, para más inri, haber sido víctima de los celos patológicos de él después de cada acto (para él, eran representaciones artísticas). Ni siquiera la paternidad del pequeño Popol quedaba fuera de toda duda.

Contaron en el juicio que Grappe, diez años después de ser Suzanne, se había dado cuenta del filón que era proporcionar a sus clientes de todos aquellos servicios difíciles de conseguir, y que solía visitar los bares con un pequeño álbum de fotografías de su existencia como Suzanne para promocionarse. De la veracidad de las historias, la poco creíble de Adrien y la probablemente exagerada, a mandato del abogado defensor, de Paul, no podemos dar cuenta exacta, pero sí del carácter extraordinario de ambas en un mundo que, aunque barnizado de imposición moral, no era, de puertas adentro, mucho más conservador que el nuestro.