Desfases temporales

Publicado el 04 junio 2013 por Elena Rius @riusele
Cuando leí La Femme de trente ans -decididamente, no una de las mejores novelas de Balzac, es justo advertirlo- uno de los aspectos que más me chocó fue el que el autor consideraba que su protagonista, a esa edad, ya era una mujer con un amplio bagaje de experiencias vitales, desengañada del amor y casi de todo lo demás. Generalizando sin rubor, el escritor francés emite su opinión sobre las mujeres en la treintena: Les femmes connaissent alors tout le prix de l’amour et en jouissent avec la crainte de le perdre : alors leur âme est encore belle de la jeunesse qui les abandonne, et leur passion va se renforçant toujours d’un avenir qui les effraie. (La mujeres conocen a esa edad todo el precio del amor, y gozan de él con el temor de perderlo: en esos momentos su alma aún está embellecida por la juventud que las abandona, y su pasión se ve fortalecida por un futuro que las espanta.) Visto desde la perspectiva actual, es inevitable tener la impresión de que está exagerando. Pero es que hoy en día a los treinta años muchos jóvenes no han arrancado siquiera a volar por sí mismos, cómodamente instalados en casa de sus padres. ¿Acaso sufren porque la juventud que les abandona? Nada de eso: parece que hoy ser joven es un estado que se prolonga casi más allá de las primeras canas, para dar paso a una edad adulta que debe llegar hasta el andador antes de que se le pueda llamar vejez.No hace tanto, los mejores años, los más llenos de novedades y empresas vitales, eran los de la adolescencia. Y la niñez acababa pronto, muy pronto: a los  doce o trece años, uno ya estaba listo para lidiar con el mundo. La literatura, por supuesto, refleja este estado de cosas.  Sólo que a menudo leemos las novelas de antaño con ojos de hoy, y casi no podemos creer que sus protagonistas sean tan jóvenes. Uno de los casos más flagrantes, por supuesto, es LA historia de amor por excelencia: la Julieta de Shakespeare tiene sólo trece años, mientras que Romeo es algo mayor, aunque no mucho. (El drama no llega a especificarlo, pero se supone que rondará los 18 o 19.) ¡En un contexto actual, los problemas de Romeo vendrían por el lado de la perversión de menores, más que por el de la rivalidad familiar! Pero esa especie de desfase temporal no lo advertimos sólo en protagonistas muy jóvenes. También los adultos parecen envejecer a velocidad vertiginosa. Como Sherlock Holmes. Cuando la BBC presentó su modernización de las historias escritas por Conan Doyle, la estupenda serie Sherlock, protagonizada en la pequeña pantalla por Benedict Cumberbatch (¡que gran actor!), hay quien argumentó que era demasiado joven para el papel: señores, el Holmes original tenía 27 años en "Estudio en escarlata". Ciertamente, va envejeciendo a lo largo de sus aventuras -que no son pocas- y para cuando se acaban, en 1914, el autor nos dice que cuenta ya con 60 años. Pero Cumberbatch tenía 34 años durante la primera temporada de la serie. Si nos ponemos puristas, era demasiado mayor para el papel.   De este desfase temporal no se escapan tampoco los héroes del cómic. ¿Cuántos años le ponen a nuestro admirado Tintin? (y eso que el personaje fue creado en 1929, no hace tanto, pues). Según Hergé "unos 14 o 15, quizás 17". ¡Y el intrépido reportero viaja por todo el mundo e incluso pilota aviones, sin ningún problema! Por último un ejemplo dickensiano, que no podía faltar; en Grandes esperanzas, Pip describe a Miss Havisham como "un esqueleto", y todas las representaciones gráficas que hay de ella la pintan como una anciana provecta. Pero si hacemos un rápido cálculo, la acción de la novela transcurre sólo 25 años después de que haya sido abandonada en el altar por el que debía ser su esposo. Teniendo en cuenta que en aquella época se casaban jóvenes, esto la sitúa más bien entre los cuarenta y pocos y los cincuenta años. O sea, no tan, tan vieja... 

Margaret Leighton como Miss Havisham, en la versión de la BBC
de 1974