Deshojando libros

Publicado el 08 noviembre 2017 por Elena Rius @riusele

Amo los libros. Vivo rodeada de ellos. Ver un libro estropeado, con las tapas arrancadas, o las páginas alabeadas por la humedad, me produce desazón, como si el libro estuviese lisiado, enfermo, necesitado de cuidados y cariño. Y ya no digamos la idea de que alguien arranque las hojas de un libro. Me parece una falta de respeto lindante con la tortura. Sin embargo... resulta que he leído un cuento sobre alguien que destripa libros y me ha gustado. Incluso diría que he encontrado algo inspirador en ello. Que no cunda el pánico. No me voy a poner a arrancar hojas como una posesa, sin duda seguiré cuidando de mis libros lo mejor que sé, pero la literatura tiene eso: planta una semilla en tu cabeza, y nunca se sabe a dónde puede llevarte eso. Déjenme que les cuente. Todo es culpa de una escritora llamada Ali Smith. Escocesa, por más señas. Que escribe unos cuentos y unas novelas que te dejan, ¿cómo decirlo?.. lo cierto es que nunca son lo que esperas. En una antología recientemente publicada, Amor libre, hay un relato, que lleva por título "Lectura del día" que no puede dejar indiferente a ningún bibliómano. Su protagonista, Melissa, es una joven que tiene el piso lleno de libros. (Empieza bien, ¿verdad?) La autora nos dice que en su piso hay:
"Libros y libros, libros de libros desplazándose imperceptiblemente de noche mientras los cimientos del bloque de pisos reformado hacían estremecerse al edificio. Libros los unos contra los otros, tan juntos que las cubiertas de varios de ellos se habían pegado; de haber querido sacar Villette de Charlotte Brontë (Penguin) para releerlo, por ejemplo, Melissa lo habría encontrado pegado de un lado a Shirley (Penguin) y del otro a un ejemplar de 1933 de Testament of Youth de Vera Brittain (Gollancz), firmado por la autora, que había encontrado por cincuenta peniques en el mercadillo de una biblioteca pública."
(Hasta aquí, nada raro; el bibliómano se siente plenamente identificado. Piensa, incluso, qué libros de su propia estantería se quedarían enganchados unos a otros.) Pero un buen día Melissa parece hartarse de todo: deja a su novio, no va a trabajar, deja de pagar las facturas y, por último, empieza a desparramar los libros por todo el piso. (Mal síntoma, piensa el bibliómano.) Y luego, desaparece. Su amiga Austen (un nombre perfecto para la amiga de una amante de los libros), va a su piso y lo encuentra así:
"los libros, los libros, la niña de sus ojos, se veían rarísimos en esas dos estancias, tan desordenados, tirados por el suelo o apilados al azar, inmensos huecos en las estanterías, pared arriba, libros tumbados, inclinados, hasta libros desperdigadospor el baño y todo."
(En efecto, algo va muy mal, corrobora nuestro avezado lector.)   Mientras, en algún otro lugar, Melissa ha emprendido una peculiar campaña de lectura. Una lectura que consiste en ir arrancando las hojas de los libros que va leyendo, dejando que vuelen por ahí, Sistemáticamente, relee sus libros favoritos y los deshoja. La lista es larga y dolorosa. Pero ella solo siente alivio. Como cuando, sentada sobre la lápida de un cementerio, deshoja nada menos que a Joyce:
"Dublineses lo había releído, disfrutándolo inmensamente, arrancando las páginas según las iba terminando y dejándolas caer mientras caminaba o estaba sentada. Nunca había disfrutado tanto la lectura de «Los muertos», descubrió Melissa mientras, al borde de las lágrimas, arrancaba la última página, la página sobre la nieve, y la dejó caer."
(¡Ah! aquí el bibliómano siente nacer una llamita en su interior: recuerda ese último párrafo magistral de "Los muertos" en el que cae la nieve  sobre Dublín, y sobre la tumba de Michael Furey, muerto hace tantos años. La nieve "reposaba espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas". Cae sobre el universo, "sobre todos los vivos y sobre los muertos". Derramar las hojas de "Los muertos" sobre la lápida de un cementerio nevado le parece súbitamente una buena idea.) A veces, esas hojas las encuentra gente corriente, que va por la calle, o en el autobús. Y, también a veces, esas briznas de literatura tienen efectos inesperados. Como le ocurre a la mujer que encuentra el fragmento de un poema enganchado a su zapato de tacón: 
"Las palabras que había pinchado con el tacón le parecieron preciosas, y dobló el papel y lo metió en un escondrijo secreto, debajo del forro del cajón del maquillaje. No le contó a nadie que las había encontrado."
 (Sembrar literatura, piensa el bibliómano. Tal vez, tal vez, deshojar libros no esté tan mal.) No voy a revelarles lo que ocurre al final, ya bastante les he adelantado. Léanlo, se lo recomiendo. Solo les diré que, paradójicamente, esta joven que deshoja libros transmite un inmenso amor por ellos. (El bibliómano, sonriente, manifiesta su aprobación.)

Ali Smith. Por supuesto, rodeada de libros.(Foto New Statesman)