Denunciamos con datos y con hechos esas desigualdades para hacerlas más visibles. Y no sólo recurrimos a las cifras (teóricamente) objetivas que nos muestran las encuestas y los sesudos estudios que se realizan en los laboratorios de todo tipo. No. No nos hace demasiada falta. Solo con observar las realidades cotidianas y con unos ojos bien abiertos sabemos percibirlas rápidamente.
Es justo en ese momento, en el que una mirada entrenada lo percibe y le pone palabras, cuando saltan las alarmas patriarcales (de mujeres y hombres, todo hay que decirlo) para llamarnos radicales, feminazis y otras lindezas de ese tipo y que ya conocemos. En fin…
Y es que como dice la frase “No hay peor ciego que el que no quiere ver” y ahí están las desigualdades pero si no las sabemos ver, si las mantenemos ocultas a nuestros ojos, nos resultará mucho más fácil seguir según el orden establecido. Un orden por otra parte, absolutamente impuesto por el patriarcado para mantener todos sus privilegios.
Vamos a observar ese orden y desgranar algunas de las “normalidades” cotidianas.
El miedo, esa potente arma que permite la dominación. El miedo, por ejemplo, a caminar solas y de noche es un hecho que todas conocemos porque lo hemos padecido en alguna ocasión. Y ese miedo real es la consecuencia de ocupar el espacio público que simbólicamente pertenece a los hombres. Y el mensaje que se transmite es que no se debe transitar cuando ha oscurecido porque ellos pueden ocuparlo todo, incluso tu cuerpo, por estar en su espacio. Si ya sé que dicho así puede sonar un poco brusco, pero el mensaje simbólico que se transmite es ese. “Este es mi espacio y si lo ocupas, yo puedo ocuparte incluso a ti”. Sin más razón que esa.
Otro ejemplo. Legalmente está establecido que tanto el padre como la madre puedan reducir su jornada laboral para el cuidado de sus criaturas menores o para el cuidado de familiares. Como las tareas de cuidados han sido tradicionalmente un rol de las mujeres, son ellas las que, mayoritariamente, se toman estos permisos con la consiguiente reducción salarial que a su vez afectará a sus futuras pensiones. O, en el peor de los casos, serán ellas las que abandonen sus empleos para el cuidado de personas mayores, menores o dependientes, con la consecuente pérdida de la independencia económica presente y futura. Pero esto sigue siendo “normal” para muchísima gente.
Vamos con otro tema que particularmente me resulta muy penoso. El uso de lenguajes no inclusivos o dicho de otra forma el uso sexista de los lenguajes.
A ver, que sí existe sexismo en los lenguajes cada vez que se usa el genérico masculino. Y si existe sexismo existe desigualdad, pese a que mucha gente siga pensando que es una cuestión de economía de recursos. Se puede hacer un uso no sexista de los diferentes lenguajes sin caer en duplicidades ni en violencias simbólicas de las imágenes. Se pueden vender coches sin cosificar los cuerpos de las mujeres o lo que es peor, el de las niñas. Y se pueden vender juguetes sin recurrir a roles heteroasignados que pretenden mantener ese orden patriarcal y desigual.
No me valen argumentos tradicionalistas para mantener las cosas como están. No me valen imágenes hipersexualizadas de las niñas para vender cualquier producto. Y no me valen porque se está jugando incluso con su salud.
No me vale que en las escuelas e institutos se hable de “los alumnos” y no del alumnado, de “los” docentes y no del personal docente. Que en las fábricas y centros de trabajo se hable de “los” trabajadores y no de las personas trabajadoras. Que se normalice lo de “los” ciudadanos y no se consiga lo mismo hablando de la ciudadanía. De verdad que es doloroso a la par que cansino andar siempre con lo mismo: Discutiendo todo el rato sobre la exigencia-necesidad de hacer visible a más de la mitad de la población que somos las mujeres. Pero sigue sin verse como una desigualdad real y creciente este uso sexista de todos los lenguajes.
Otro ejemplo de “normalidad” en las desigualdades: la salud de las mujeres. Yo siempre la llamo como esa gran desconocida.
Y es que si tenemos en cuenta que hasta prácticamente los albores del siglo XXI no había estudios específicos sobre las diferentes reacciones de los medicamentos en los cuerpos de los hombres y de las mujeres por falta de investigaciones de estos en los cuerpos femeninos, nos haremos una idea de la gravedad del tema.
Si exceptuamos los momentos del embarazo y de la lactancia (donde curiosamente no es “aconsejable” tomar medicamentos) el cuerpo de las mujeres no ha interesado a la medicina en cuanto a la investigación de enfermedades. Por tanto, el modelo con el que se ha construido la medicina moderna ha sido el modelo del cuerpo masculino. Baste con acudir a alguna consulta médica y comprobaremos que los diferentes carteles que anuncian medicamentos habitualmente están ilustrados con cuerpos de hombres.
A todo este tipo de cosas y otras todavía más sutiles me refería al principio cuando hablaba de las desigualdades reales. Todo lo que he expuesto existe hoy en día. Pero resulta mucho más fácil negarlo y volver a la manida y exasperante frase de “que ya existe igualdad; la consagra el artículo 14 de la Constitución”. De verdad que estoy de esa frasecita hasta el mismo moño!!
Obviamente el discurso de la “normalidad” de roles esconde la “normalidad” del patriarcado; mientras no se cuestione esa realidad “normal” todo estará en orden. Las mujeres y las niñas tendremos un trato de igualdad formal pero no de igualdad REAL que es la que nos interesa.
Hemos de entrenar la mirada para ver y denunciar esas desigualdades ocultas detrás de los micromachismos cotidianos que pretenden naturalizarlas.
Ver y denunciar significa posicionarse frente a las desigualdades y no quedarse de perfil viendo qué ocurre cada día. Significa plantar cara al patriarcado y decir BASTA!.
Ver y denunciar implica ser parte de la solución y, por tanto, dejar de ser parte del problema. Implica dejar los chistes y chascarrillos sexistas o de índole sexual con el ánimo de desprestigiar o de deslegitimar a las mujeres, por ejemplo.
Posicionarse ante las desigualdades significa un acto de valentía e implica un esfuerzo continuado de deconstrucción y cuestionamiento de lo aprendido para construir un nuevo paradigma social en donde la igualdad todo tipo sea el objetivo.
Desnudar la realidad de la normalidad patriarcal en la que se camufla el patriarcado para actuar cada día, incluso justificando los asesinatos de mujeres y criaturas, considero que es un sano objetivo cotidiano, pese a que me (nos) llamen feminista radical, feminazi, etc.
Sé que es una utopía. Pero es mi utopía y no la voy a cambiar. Sé que no estoy sola y eso empodera, y mucho.
Ben cordialment,
Teresa