Los cambios, en democracia, se adoptan por mayoría y nadie salvo el mismo pueblo puede integrar una mayoría descontenta, indignada y exigente, que provoque la necesaria y esperada regeneración.
Tiene que ser el pueblo el que tumbe con su decisión el régimen de partidos, no votando a Podemos, a Ciudadanos o a cualquier partido viejo o nuevo que llegue cargado de promesas, sino deslegitimando primero un sistema que se hace pasar por democracia cuando en realidad es una corrompida oligarquía de partidos, ajena a la ciudadanía y al bien común, del que es absolutamente imposible que surjan ideas y corrientes limpias y regeneradoras.
La deslegitimación del sistema tiene dos escenarios: uno es el boicot a las urnas, hasta conseguir que el sistema de elección de representantes que no representan a los ciudadanos quede desmontado, y el segundo es la exigencia mayoritaria de cambios en las calles y plazas, hasta lograr que el sistema, sin apoyos, se derrumbe y asuma la necesidad de cambiar, como lo desea el pueblo soberano.
El principio de que los cambios tienen que lograrse con esfuerzo, imponiendo la voluntad del pueblo al poder, que jamás cambia u otorga nada voluntariamente, es infalible y debe orientar la resistencia de los demócratas ante el poder injusto y abusivo.
El actual sistema no puede gobernar España sin corrupción porque está ideado y montado sobre el abuso, el descontrol y la falta de frenos y contrapesos democráticos.
¿Alguien cree que es una casualidad que España tenga mas aforados que el resto de Europa junta o que tenga mas políticos a sueldo del Estado que Alemania, Gran Bretaña y Francia juntas? Las casualidades no existen y la realidad siempre es consecuencia de un sistema, en este caso un sistema viciado que se mueve para beneficiar a los partidos y a sus aliados poderosos, nunca a la ciudadanía, a la que hipócritamente se la considera "soberana" del sistema.
El sistema está montado sobre grandes mentiras y conspiraciones, la primera de las cuales es definir a España como una democracia, cuando no cumple ni uno solo de los grandes requisitos del sistema: ni separación de poderes, ni una ley igual para todos, ni una sociedad civil fuerte, organizada e independiente, ni un sistema electoral donde los ciudadanos elijan, sin trabas, a sus representantes, ni castigo para los delincuentes y corruptos, ni una prensa libre, vigilante y fiscalizadora, ni protagonismo del ciudadano...
Cada vez que se abren las urnas y los ciudadanos acuden en masa a depositar su voto, lo que consiguen es reforzar el corrupto sistema vigente con su apoyo directo.
España necesita tirar y reconstruir con decencia este edificio ruinoso y de okupas al que llaman democracia, sin ser otra cosa que una oligarquía organizada para expoliar, dominar y sojuzgar.
Basta analizar el balance de la mal llamada democracia española para advertir sus perversiones y fracasos: desempleo masivo, desigualdad, despilfarro, endeudamiento atroz, inflación de gobiernos, parlamentos, diputaciones e instituciones públicas inútiles, abuso de poder, un Estado hipertrofiado e incosteable que pesa sobre el país como una losa de ploma, sanidad, educación y servicios fundamentales en retroceso, una Justicia intervenida por los partidos, ciudadanos marginados y fuera de los procesos de toma de decisiones, la mentira instalada en el poder, estafas y abusos brutales ante los que el gobierno se mantiene al margen, como el saqueo de las cajas de ahorro, los grandes escándalos corruptos y otros muchos delitos, entre ellos el enriquecimiento sin explicación lógica de decenas de miles de políticos y amigos del poder, verdaderos saqueadores de las arcas públicas.
La deslegitimación del sistema, por muy dura que sea, es el paso previo para alcanzar el verdadero objetivo urgente de España, que es la instauración de una verdadera democracia, con garantías, controles, contrapesos, frenos, protagonismo ciudadano e imperio de la ley, de los valores y de la decencia.