Son palabras de José de Jesús María Quiroga, fraile del Carmelo, nacido en la segunda mitad del siglo XVI y, por su condición de religioso, parte activa en la difusión de las costumbres más puritanas.
Y es que la eterna lucha entre la belleza y la moral, entre la carne y el alma, tuvo en el siglo XVII su culmen. El enojo con el que la Iglesiacontemplaba las escenas profanas, mitológicas o meras reproducciones de la desnudez humana hizo mella en el ánimo de los artistas y en quienes encargaban sus obras. Más en España, donde la proporción entre cuadros de carácter religioso y profano es notoriamente superior a favor de los primeros, que en el extranjero, donde hasta los cardenales se permitían ciertas libertades.
Basta acudir a cualquier museo de Bellas Artes español para comprender esto, en especial si admiramos la producción de nuestro Siglo de Oro. Las salas dedicadas al siglo XVII tienen sus paredes forradas de lienzos con escenas del Antiguo o del Nuevo Testamento, imaginarios retratos de santos e innumerables cuadros de la Virgen María en cualquiera de sus advocaciones, y de Dios, tanto como Niño Jesús, como Cristo Crucificado. Y ello sin tener en cuenta lo conservado en los templos.
También se hicieron retratos, muchos, y bodegones; pero pocos cuadros reflejaron escenas costumbristas, y menos aun escenas mitológicas conteniendo escenas “deshonestas”. De estas últimas, en “Excelencias de la virtud de la castidad” el mismo José de Jesús María ya dejaba claro lo inconveniente que resultaban, al apuntar: “El sentido de la vista es más eficaz que el del oído y sus objetos arrebatan el ánimo con mayor violencia”. Bien parecía saber el buen pastor que la mayor parte del rebaño cuyas conciencias guiaba era iletrado y su imaginación poco podía excitarse con lo que no sabían leer. Pero esto no supuso la absoluta ausencia de obras profanas. Los reyes las deseaban y las obtenían, de Ticiano, de Veronés o las que el propio Velázquez pintó en Italia o en España, pues es caso casi aparte por su condición de pintor de cámara.
Cupido frenando al instinto de Giovanni Baglione.
Museo de Bellas Artes de Valencia
Traigo hoy aquí un ejemplo de todo ello: de obra profana colgada en un museo español, pintada en Roma por un pintor italiano y rodeada de otras pintadas por españoles para la elevación del alma. Se trata de “Cupido frenando al instinto”, óleo del italiano Giovanni Baglione colgado en una de las salas de pintura barroca del Museo de Bellas Artes San Pío V de Valencia. Era este artista decidido adversario de Caravaggio y como, además, también escribía, en su “Vida de los pintores, escultores y arquitectos desde los tiempos del papa Gregorio XIII en 1572, hasta el papa Urbano VIII en 1642”, no pudo dejar en peor lugar a su inveterado enemigo; aunque no por ello dejara de sucumbir a su influencia pictórica.