La semana pasada tuve una comida de trabajo con un colega de profesión aparecido gracias a una red social. Aunque nuestro proyecto empresarial difiere en el “cómo”, nos unen muchas experiencias comunes, ilusiones e inquietudes, como así pudimos certificar en el encuentro. Incluso, dado que compartimos objetivos finales, podríamos llegar a autocalificarnos de “queridos enemigos”. Pero lejos de vernos como personas competidoras, nosotros entendimos que el intercambio de opiniones y planteamientos puede servirnos para entender mejor en qué negocio estamos y como afrontar los retos (comunes) que nos esperan.
La conclusión fue que aprendí interesantes cosas de mi colega y contrasté impresiones que, sin él, no tendría con quien hacerlo. Me consta que mi compañero de “batalla” también sacó cosas positivas de aquella comida de trabajo. (Por cierto, gracias por la invitación, Fernando).
Y vuelvo al inicio; viendo lo provechoso que es hablar con quien sabe de lo mismo que nosotros, ¿por qué los empresarios se encierran en sus bunkers aislándose de la vida real? ¿Cuántos de ellos se asoman de vez en cuando al día a día de sus empleados o intercambian impresiones con colegas de profesión? ¿Cuántos asisten a jornadas y encuentros en los que se debaten cuestiones que puedan afectar directamente a sus negocios? Muchos dirán que sí, que tienen interés en estar al corriente de lo que sucede y que para ello ya se metieron en no sé que asociación que les manda un newsletter una vez al mes.
No dudo que así sea en bastantes casos, pero también tengo la certeza que en otros muchos el empresario vive la realidad a través de lo que le cuentan sus subordinados, sin tener la inquietud de relacionarse con personas que le puedan aportar contraste de pareceres. Viven en su precioso despacho, perfectamente acondicionado para ser un “paraíso” con todas las comodidades. ¿Para qué salir de él? “Es que fuera hace un frío que pela”, diría alguno.
Siempre he creído que la mejor escuela es la propia vida, y esto lo demuestra el hecho de que muchos emprendedores fueron capaces a sacar adelante sus ideas sin tener profundos conocimientos de management. Son emprendedores “hechos a sí mismos”. Su éxito se explica por la inquietud y el interés por aprender de todo lo que les rodea y para ello van por el mundo con los ojos bien abiertos y con los oídos dispuestos a escuchar cualquier cosa que les resulte productiva para su negocio. No se encierran en su “paraíso”: van a congresos, eventos, charlas formativas…. Y lo más importante, en su grupo de amigos están otros colegas de profesión u otros directivos que gestionan empresas similares, -aunque sean de otros sectores-, con los que de vez en cuando se toman un café y unos churros. En una palabra: aprenden en el día a día.
No me gustaría que esta reflexión de hoy se entienda como que estoy banalizando la dirección de una compañía; no quiero decir que gestionar una empresa se reduzca a saber qué hacen los demás, o que consista en esperar que otras personas nos den las pistas de lo que hay que hacer. Pero del mismo modo que un piloto tiene que conducir mirando la carretera, los mapas e informándose de las rutas (para lo cual es bueno hablar con otros conductores), un empresario no puede conducir su empresa mirando solo el cuadro de mandos sin levantar la vista para mirar por el parabrisas. Si lo hace… más tarde o más temprano ¡¡el tortazo está asegurado!!
Feliz jornada de lunes
Artículo dedicado a Fernando Sánchez (Utopía Leonardo)