Por la forma en que te miro debes de estar calibrando hasta qué punto envidio el agua que te acaricia el cuerpo y lo abraza en ondas, como una segunda piel. Tú me pides que entre, me juras que el agua está perfecta, y yo me pregunto cómo podré ocultarte que nunca aprendí a nadar.
Mis ojos buscan una salida de emergencia. Sonríes. Dices que mi temor te divierte porque ya lo viviste, hace ya tanto tiempo que lo habías olvidado. Ladeas la cabeza y cambia la dirección del viento. Tus brazos se abren como un abanico y el agua se comba y se mece como una cuna. Vas a venir a buscarme, lo sé, y yo en esta playa desnuda y sin refugio posible. Regresas a la verticalidad y observo los caminos del agua que van a suicidarse en tu cintura. Avanzas lentamente hacia mí y sé que no hay refugio posible ante tus ojos azules como el principio del mundo. A cada paso que das abres caminos de espuma y oigo a lo lejos un caballo que da coces contra las puertas de la noche.
Despacio, te pido. Despacio, repites. Sonríes mientras tus dientes de sirena me dicen que sí.