Por María del Valle, periodista argentina colaboradora de LETRA LIBREEnero 2017
Fuimos cómplices desde mi infancia y sentí que acompañarte en tus últimos días fue la recompensa a tu entrega y la seguridad y la confianza que me diste para crecer.
Te acompañé en el final como vos me acompañaste a mí: te abracé, te acaricié, te miré hasta que sentí que ya no había más nada que hacer, excepto seguir acariciándote, “piel con piel” como me pediste, atenta a tus necesidades, a tus deseos finales, a custodiarte en el tramo final a lo desconocido, al misterio de la fría y rígida muerte…
Admirable serenidad para enfrentar la vida con una capacidad de adaptación a los tiempos que te permitió vivir la vida como un hombre de la época que estaba viviendo.
No podría pensarte con una edad definida; fuiste hijo del tiempo que te tocó vivir; aprendiendo, leyendo, reflexionando… no fuiste del siglo XX, tampoco del siglo XXI… sólo fuiste cuando te tocó ser… con esa objetividad propia de los grandes pensadores, de los sabios, supiste poner claridad a la vida que construiste guiado por tu propio juicio, construido en el silencio de quien se atreve a pensar…
En esos días no contradije tus deseos porque sabías perfectamente lo que pasaba… como siempre… porque siempre tuviste una respuesta para todo y era imposible quebrar una voluntad construida a fuerza de una permanente reflexión. Hasta el final hiciste lo que quisiste porque nadie mejor conocía tus necesidades y tus deseos.
Digo que siempre hiciste lo que quisiste no como una sentencia descalificadora sino como el mejor homenaje que se puede hacer a alguien. Haber hecho lo que quisiste significó que llegaras al final de tus días con esa tranquilidad de espíritu de quien sabe hizo las cosas de acuerdo a su propio juicio y se dispone a trascender esta vida en paz.
En el entresueño final seguiste reflexionando, pensando, organizando y buscando soluciones al devenir diario hasta que entendiste que el final había llegado y te entregaste, con tranquilidad, a esperar aquello que la vida decidía.
La tuya fue una vida atípica de aventurero en la Antártida, profesional destacado, promotor de la excelencia universitaria en cuyo acontecer se mezclaron los éxitos con esas frustraciones que nunca empañaron tu natural optimismo y deseo de hacer.
Te fuiste dejándome los imborrables recuerdos de una vida vivida con intenso apasionamiento y entrega.
Sólo me queda un borrador de pocas páginas que escribiste como síntesis de una vida dedicada a la búsqueda de la perfección y a concretar esos sueños que, luciendo como utopías, se convirtieron en realidad.
Eterno pensador de las acciones de los hombres tus reflexiones estuvieron orientadas a entender un mundo en permanente cambio, anticipándote a los hechos… fuiste pionero, luchador incansable que vio siempre una oportunidad porque, como siempre dijiste, “uno vive a merced del esfuerzo que hace”.
Tu historia vale la pena no porque seas mi padre sino por todo lo que hiciste y porque ese borrador que ahora tengo en mis manos es la síntesis del libro de tu vida; de una vida envuelta en el deseo de ser a pesar de los contratiempos… de una vida que se sintetiza en la canción “My Way”, “A mi manera”, esa que habías convertido en tu propio himno.