Despedida para un galán duro: Daniel Martín

Publicado el 30 septiembre 2009 por Burgomaestre

En aquella Barcelona a la que sorprendió una inesperada y copiosa nevada en 1962, José Martínez Martínez, con su nombre artístico de Daniel Martín, fue Rafael, el enamorado de la Juana (Sara Lezana) en “Los Tarantos”, el clásico del cine español que, trasladando magistralmente por el cineasta Rovira-Beleta los amores trágicos de los shakespeareanos Romeo y Julietay de sus trasuntos danzantes del moderno West Side neoyorquino a la realidad de la comunidad gitana de Barcelona, alcanzó la distinción de una nominación al Óscar a la mejor rodada en lengua extranjera de 1962. De este modo, compartiendo pantalla y andanzas con los brillantes bailarines Antonio Gades y Carmen Amaya, el joven intérprete, que ya habia debutado en el cine un año antes interpretando un pequeño papel en otro film dirigido por otro barcelonés, “Las hijas del Cid”, de Miguel Iglesias (donde coincidió, por cierto, con nuestro recordado Fernando Cebrián), entró desde un buen principio de su carrera, en la historia del cine. Ayer mismo, supimos de su fallecimiento, el pasado lunes, 28 de septiembre de 2009, en su residencia habitual, el hotel “Las Truchas”, en la localidad zaragozana de Nuévalos, a los 74 años de edad, víctima de una enfermedad fulminante que segó su vida.

José Martínez Martínez había nacido en Cartagena, Murcia, el 12 de mayo de 1935. Formado académica y artísticamente en la Ciudad Condal, tanto su talento como su buena planta le abrieron las puertas de acceso al cine a comienzos de los años sesenta, medio en el que desarrolló primordialmente su labor de actor, con incursiones puntuales en el televisivo, las cuales se prolongaron en el tiempo hasta las postrimerías de la década de los años noventa.

El físico poderoso y su masculina apostura permitieron a Daniel Martín actuar con solvencia en un gran número de westerns (o en su versión hispánica, las películas de bandoleros) rodados en la década de los años sesenta (y primeros años de la década siguiente) en España, siendo una presencia habitual en ellos, ocupando por lo general un lugar destacado en el reparto, en condiciones, muchas veces, de co-protagonista. Sus prestaciones como intérprete del género western le permitieron lucirse en títulos como “Gringo” (Ricardo Blasco, 1963), que, en presencia de la folklórica Mikaela –una habitual en las películas firmadas por Blasco- volvía a reunirle con Sara Lezana; en la fundacional “Por un puñado de dólares”(Sergio Leone, 1964), adaptación al western del films de samurais de Akira Kurosawa “Yojimbo”, germen, como es sabido, de una corriente que reinventaría el género más genuino del cine; también en “La ley del forastero” (Roy Rowland, 1965), oscura coproducción con Alemania muy mal estrenada; en “El último mohicano” (Harald Reinl, 1965), coproducción multilateral de Balcázar con empresas alemanas e italianas en la que Daniel Martín corría a cargo del papel protagónico del indígena norteamericano Uncas creado por Fenimore Cooper; que conocería una continuación en “Uncas, el fin de una raza” (Mateo Cano, 1965); lo mismo que en “El sol bajo la tierra” (Aldo Florio, 1971), nueva coproducción con el país transalpino que contaba, en su parte española del elenco, con la estimulante belleza de Charo López y con las sólidas actuaciones de los ilustres Eduardo Fajardo, José Nieto y José Calvo. Ya en la década de los setenta, Daniel Martín continúa participando en el género western obteniendo un papel en “Demasiados muertos para Tex” (George Martin, 1971), una de las esforzadas empresas del otrora gimnasta Francisco Martínez Celeiro (subcampeón de España de gimnasia olímpica, por más señas, que se libró, por cierto, del fatal accidente que acabó con la vida de Joaquín Blume por un escaso margen del azar), que no sólo dirigió y produjo el film, sino que también lo escribió, lo protagonizó y lo distribuyó. También se le encuentra en la ambiciosa e internacional “El hombre de Río Malo” (Eugenio Martín, 1971), que contaba en su reparto con estrellas del calibre de James Mason o Lee Van Cleef, y en “Judas…¡toma tus monedas!” (Pedro L. Ramírez, 1972), “La caza del oro” (Juan Bosch, 1972), “El retorno de Clint el solitario” (Alfonso Balcázar, 1972), o “Los locos del oro negro” (Enzo Girolami, 1973).

Encuadrables en un terreno muy cercano a estas muestras del western europeo, a Daniel Martín se le ofrecieron roles en diversas películas igualmente de intenciones escapistas, como la solvente y resultona “Las Vegas 500 millones” (1968), de Antonio Isasi Isasmendi; la dinámica “Golpe de mano”, de José Antonio de la Loma; la chapucera cinta sobre gangterismo (con versión “ligera de ropa” para el extranjero) “La banda de los tres crisantemos” (1969), del experimentado Ignacio F. Iquino; la basada en un argumento del novelista de pulp Miguel Oliveros Tovar (Keith Luger), “Los fríos senderos del crimen” (1972), de Carlos Aured; el film policíaco italiano en su variante de denuncia “La policía detiene, la ley juzga” (1973), que dirigió Enzo G. Castellari; las terroríficas “La tumba de la isla maldita”, de Julio Salvador, y “La endemoniada”, de Amando d’Ossorio (ambas producidas en 1973, uno de los últimos años del auge del género en España); o las dos películas de aventuras jacklondonianas en las que le dirigió el luego tan popular por su especialización en el “gore”, Lucio Fulci: “Colmillo blanco”(1973) y “La carrera del oro”(1974). La decadencia de la producción del cine de consumo (ese mismo al que por desgracia hubimos de referirnos hace sólo una semana con motivo del fallecimiento de Víctor Israel) hace que con simultaneidad al transcurso del periodo de la Transición Política, escaseen las ofertas de trabajo en la pantalla grande para Daniel Martín. Los últimos títulos de su filmografía certifican el final de un modo de entender la producción cinematográfica y algunos de ellos suponen una especie de revisión nostálgica del “cine de programa doble”, como “Misterio en la isla de los monstruos”, de Juan Piquer Simón, mientras que otros son concesiones a la “comedia con picardía”, como “Los casados y la menor”, de Julio Coll (1975), a la “ola de erotismo que nos invade”, como “Esposa y amante”, de Angelino Fons (1976), o a la coyuntura social, como la interesante “Cambio de sexo”, de Vicente Aranda (1976). Asociando su figura a la de artistas tan populares como la mismísima Pepa Flores en “Las cuatro bodas de Marisol” (Luis Lucia, 1967), o los Hermanos Calatrava, en “Makarras conexión” (dirigida por la misma pareja de hermanos en1976), Daniel Martín tuvo pocas ocasiones para refrendar las posibilidades que, como protagonista de un film con ambición artística, había mostrado en “Los Tarantos”, pero paralelamente a su participación en rodajes destinados a servir al público películas sin otra intención que la de procurarles un rato de distracción, fue un actor requerido por directores con pretensiones artísticas. Así, en 1964 ya tuvo oportunidad de actuar en “Los felices 60”, muestra de los interesantes comienzos de la andadura profesional de Jaime Camino. Igualmente, en el meritorio largometraje de debut de Angelino Fons, la memorable “La busca” (1967), adaptación de la obra de Pío Baroja, Daniel Martín incorporaba uno de los roles principales, el de “Vidal”, en una nueva ocasión que volvía a reunirle con Sara Lezana. Rovira Beleta, que le había dado su primera y mejor oportunidad, volvía a confiar en él para darle el papel de “Martín”, protagonista masculino de la atmosférica y “bergmaniana” adaptación de Alejandro Casona “La dama del alba” (1965), junto a la joven francesa Juliette Vellard y a la mítica dama mexicana Dolores del Río.

Los últimos años de su vida profesional le brindaron a Daniel Martín pocas oportunidades de lucimiento. La mala copia de “Terciopelo azul” (David Lynch, 1986) que fue “Malaventura” (1988) de Manuel Gutiérrez Aragón, o la desafortunada continuación de “Los Tarantos” que fue “Montoyas y Tarantos”(1989), del ya muy anciano Vicente Escrivá, no invitan a renovar las ilusiones de un actor maduro, como tampoco nos parece que aportaran demasiado a su carrera sus participaciones en series televisivas como “Petra Delicado”, “Médico de familia” o “Este es mi barrio”, más allá de proporcionar la necesaria actividad a alguien que empezó su carrera con el fulgor de un éxito internacional y, al tiempo, un clásico de nuestro cine. Retirado en el negocio familiar en el que le encontró la muerte, Daniel Martín, en el sosiego de Nuévalos (Zaragoza), localidad cercana al conocido “Monasterio de Piedra”, tuvo tiempo para volver a ser José Martínez Martínez y, sin dar la espalda a su pasado (fue miembro activísimo de la AISGE – Artistas e Intérpretes, Sociedad de Gestión- desde 1996) para reflexionar con calma sobre el milagro que siempre ha supuesto hacer cine en España, o sobre lo efímero que es el paso de la gloria, o, repasando su trayectoria fílmica, sobre la importancia que reviste en el cine lo banal y lo ligero y lo intrascendente que resulta, al fin, lo profundo.