Sin embargo, no podemos caer en el engaño. Sabíamos que la obsolescencia biológica es insoslayable pero indeterminada en todo ser viviente. Que aparecerá sin anunciar cuándo ni cómo. Y que a veces su presencia es imperceptible y discreta; y otras, violenta y traicionera. En ocasiones, tardía, aunque también temprana. Que lo único cierto es, en definitiva, que llega y nos envilece, arrebatándonos fuerzas y motivos para ser leales a la vida y no traicionarnos a nosotros mismos ni a nuestra propia memoria. Y que por mucho que aleteemos en la vida con insensata avidez de mortales, lo hacemos a ras de suelo, al que acabaremos cayendo*. Es el destino que nos tiene reservado la obsolescencia. Un despeñadero por el que podemos caer con la elegancia de quien asume el precio de su existencia o con el patetismo del desagradecido contrariado. Admitámoslo.______________
*¡Oh insensata avidez de los mortales,/débiles son los silogismos esos/que os hacen aletear a ras de tierra! Canto XI, versos 1-3 del Paraíso de La Divina Comedia. Dante Alighieri.