El pasado Día Mundial del Medio Ambiente tuvo como lema Piensa. Aliméntate. Ahorra, tres acciones con las que es necesario concienciar a la población sobre la necesidad de reducir el desperdicio de alimentos.
Según la FAO, cada año desechamos 1.300 millones de toneladas de comida
Según la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (por sus siglas, FAO), cada año desechamos 1.300 millones de toneladas de comida, mientras que una de cada siete personas del planeta pasa hambre y más de 20.000 niños de menos de cinco años mueren de hambre cada día.
Actualmente nuestro planeta sufre para ofrecer los recursos necesarios a unos 7.000 millones de habitantes, y se estima que alcanzaremos los 9.000 millones en 2050. Lo dramático es que la FAO estima que un tercio de la producción alimentaria se pierde. Este hecho incide en la sostenibilidad de la explotación de los recursos naturales y genera consecuencias irrecuperables en el medio que nos rodea.
La mala utilización de los recursos que producen alimentos supone un importante gasto de agua, tierra, trabajo y capital, y el incremento de la emisión de gases de efecto invernadero, que provocan el calentamiento global y producen el consabido cambio climático.
En los países en vías de desarrollo, la mayor parte de los desechos y pérdidas se producen en la primera fase de producción. Con técnicas de gestión asequibles podrían mejorarse el almacenamiento y la conservación de los alimentos, y con ayudas a los granjeros e inversiones en infraestructuras y transporte se podrían incrementar los alimentos que se aprovechan.
En países con nivel de ingresos medios o altos, la mayor parte de los desechos tienen lugar en la fase final del proceso productivo. Los consumidores juegan un papel importante en el desperdicio de alimentos. Además, diversos estudios muestran la falta de coordinación entre los distintos participantes en la producción de alimentos.
El desperdicio de alimentos es un problema mayor en los países industrializados, en la mayoría de los casos provocado tanto por los minoristas como por los consumidores, que arrojan alimentos perfectamente comestibles a la basura. De hecho, cada año, los consumidores de los países ricos desperdician la misma cantidad de alimentos, 222 millones de toneladas que prácticamente coincide con la producción alimentaria neta de la África subsahariana.
La frutas y hortalizas, además de las raíces y tubérculos, son los alimentos con la tasa más alta de aprovechamiento. Al año se pierde hasta el 50% de los alimentos aptos para ser consumidos a lo largo de la cadena agroalimentaria. Un 42% de los desechos alimentarios procede de los hogares, el 39% corresponde a las empresas de producción, un 5% a la distribución y el 14% restante al canal horeca (hoteles – restaurantes – cafeterías).
El desperdicio alimentario afecta al triple balance de la sostenibilidad:
- En lo económico, existe cierta repercusión en la cuenta de explotación de las empresas, en la economía doméstica y en las administraciones públicas encargadas de la gestión de residuos.
- En cuanto al impacto social y humanitario, cabe destacar que en un escenario de crisis como el actual resulta inaceptable el desperdicio de un bien de primera necesidad como es la alimentación.
- Por último, el desperdicio alimentario genera un impacto medioambiental importante. Para producir 89 millones de toneladas de alimentos que se tiran en Europa al año, se producen entre 2 y 4 kilos de CO2 por kilo de alimento. Si no se pone freno a este derroche, en 2020 la emisión por parte de la Europa Comunitaria podría acercarse a los 240 millones de toneladas equivalentes de CO2. La producción global de alimentos ocupa el 25% de la superficie habitable, un 70% del consumo de agua, un 80% de la deforestación producida y el 30% de los gases de efecto invernadero emitidos. Es por tanto, una de la actividades que más afectan a la pérdida de biodiversidad y a los cambios en el uso del suelo.
Es necesario que nosotros como consumidores, tengamos presente la falta de sostenibilidad del modelo en que se sustenta la producción de nuestros alimentos y que prestemos atención a los pequeños gestos diarios que ayudan a reducir el desperdicio, y que con nuestra fuerza como consumidores obliguemos a las empresas alimentarias a ser responsables y sostenibles.