Seguramente, alguna vez habréis tenido la maravillosa idea de poner una de vuestras canciones favoritas como alarma para despertaros por la mañana. Después de unos cuantos madrugones patrocinados por esa maravillosa canción, habréis puesto la radio o habréis seleccionado el modo aleatorio en vuestro reproductor de música o habréis salido de fiesta y ¡tachán! ha sonado esa misma canción, y un sudor frío os ha recorrido todo el cuerpo. Y ya no era vuestra canción favorita. Era la canción del madrugón.
Esto es lo que en términos psicológicos se conoce como condicionamiento clásico, y la explicación a este fenómeno, que tiene ya alrededor de cien años, se la debemos al fisiólogo ruso Ivan Petrovich Pavlov y a sus perros de laboratorio.
Una breve introducción al condicionamiento clásico
Al principio, las investigaciones de Pavlov con los mencionados perros iban dirigidas al estudio de diversos aspectos de la fisiología del sistema digestivo: muy resumidamente, Pavlov presentaba alimentos a los animales y éstos salivaban de una u otra manera. Antes de presentar la comida, sin embargo, el experimentador hacía sonar una campana para anunciar la llegada del esperado alimento, y fue así como sus investigaciones dieron lugar al descubrimiento de lo que hoy conocemos como condicionamiento clásico. Después de varios ensayos en los que primero el experimentador hacía sonar la campana y después se presentaba la comida, se observó que los perros comenzaban a salivar incluso sólo con el sonido de la campana.
El condicionamiento clásico es un tipo de aprendizaje asociativo que puede resumirse en el siguiente esquema:
Por un lado, el sonido de la campana es inicialmente un estímulo neutro (EN) para los perros, ya que no produce en ellos ninguna respuesta “especial” (NR). Por otro lado, la presentación de la comida sí provoca, por sí misma, la respuesta de salivación, constituyendo así el estímulo incondicionado (EI) y la respuesta incondicionada (RI), respectivamente.
Lo que ocurre al presentar en repetidas ocasiones el EN seguido del EI (es decir, el sonido de la campana seguida de la comida) es el aprendizaje asociativo ya mencionado; el sonido de la campana previene de la aparición inminente de la comida, lo que convierte a nuestro EN en un estímulo condicionado (EC) que dará lugar de forma automática a la respuesta, ahora condicionada (RC), de salivar.
Este condicionamiento tiene lugar en múltiples ocasiones en nuestra vida diaria, pasando inadvertido en la mayoría de ellas: el hambre que te entra simplemente al mirar el reloj y ver que son las 2 p.m. o al oír la cabecera del telediario; vestir la misma camiseta en todos los exámenes porque has aprobado varios anteriormente llevándola puesta; y, como llevamos anunciando desde el comienzo, la irritación que sentimos al oír la canción elegida como alarma incluso en otras circunstancias que no son el despertar.
El odio a las alarmas y el condicionamiento clásico
Y por fin resolvemos la incógnita inicial: ¿por qué nos crispa tanto nuestra alarma?
Después de varios días escuchando la misma canción en ese momento tan irritante del día, se produce en nosotros el aprendizaje asociativo. Es entonces cuando, estando en un bar, una tienda, o viendo los anuncios de la tele, comienza a sonar la misma canción de nuestro despertador, ahora ya convertida en EC, y sentimos la misma agitación y desazón de los madrugones, esto es, nuestra RC.
¿Cómo nos “descondicionamos”?
La solución es fácil. En términos científicos, se conoce como extinción, pero este proceso será explicado en próximas entregas. Por ahora, os recomiendo que elijáis la canción más pésima que conozcáis como despertador.
Julia T.