Ay patria,
con malos padres y con malos hijos,
o tal vez nada más desventurados
en el gran desconcierto de una crisis
que no se acaba nunca,
esa contradicción que no nos deja
vivir nuestro destino,
a cuestas cada cual
con el suyo en un ámbito despótico.
Ay, patria,
tan anterior a mí,
y que yo quiero, quiero
viva después de mí – donde yo quede
sin fallecer en frescas voces nuevas
que habrán de resonar hacia otros aires,
aires con una luz
jamás, jamás anciana.
Luz antigua tal vez sobre los muros
dorados
por el sol de un octubre y de su tarde:
reflejos
de muchas tardes que no se han perdido,
y alumbrarán los ojos de otros hombres
– quién sabe- y sus hallazgos.
Jorge Guillén