China comienza a ser una nación admirada en numerosos países, pese a que no es un buen ejemplo para imitar.
Es un tigre económicamente agresivo que conquista el mundo con sus productos baratos que desplazan los propios.
El mundo chino obedece a otros hábitos: los niños ayudan a sus padres como esclavos en las tiendas de todo a 100, y después en el colegio son los primeros.
Cuando observamos que unos chinos compran la tienda de la esquina, que estuvo allí toda la vida hasta que cerró cargada de deudas, deberíamos recordar que somos testigos de un cambio de paradigma histórico, económico, académico y social.
Cambio que llevó a los periodistas españoles Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo, corresponsales en Pekín-Beijín, a recorrer 25 países para observar cómo los chinos están colonizando el tercer mundo sin respeto alguno a la naturaleza ni a los nativos, de forma imposible hoy para los occidentales: todos los organismos humanitarios denunciarían esta explotación.
La experiencia ha quedado plasmada en el libro “La silenciosa conquista china” (Crítica) que debe leerse para prever el modelo de sociedad hacia el que quizás vamos.
La mayoría de los 1.320 millones de habitantes de esa nación 19 veces mayor que España sigue siendo pobre, con unos 5.000 euros de renta per cápita –cuando el cronista era corresponsal allí, hace dos décadas, tenían 500--, pero ya es el segundo país del mundo por PIB, lo que le proporciona ingentes cantidades de divisas.
Su éxito económico se debe a que, siendo políticamente comunista, explota a sus ciudadanos como el peor capitalismo del siglo XIX.
Además, los esteriliza, los deporta a millones, los reprime, les impone todo tipo de censura.
China ha despertado, pero su régimen está poseído por un materialismo depredador, herencia inhumana propia del comunismo.
Y conviene repetir aquí que nuestro banquero es cada día menos Botín y cada día más Pekin.
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SALAS