"Mientras los chinos copian, los holandeses invierten, los alemanes producen y, los americanos innovan… Nosotros, los españoles. ¿Qué hacemos?"
A las nueve- continuaba María, mientras sopaba las galletas - en el cole de Ricardo, todas las mamás hablaban de lo mismo. "Las aulas del instituto – decía la madre de Esteban, profesora del IES de la esquina - se han convertido en lugares hacinados con adolescentes apretados y huérfanos de pupitres, como si fueran proletarios apestados en los edificios ingleses de principios del XIX". "Ayer, en mi clase de Lengua – continuaba Amalia – tuve que ceder mi mesa a tres alumnos de segundo, ante la falta de espacio en los recovecos de sus filas". "Es inadmisible que los centros públicos, los de todos, se hayan convertido en los mismos institutos de los suburbios de Chicago". "Aunque tengamos el estigma colgado de vagos y quejones – se refería al colectivo de profesores - veinte horas de clase a cuarenta alumnos por aula, relaja las cuentas de Montoro, pero perjudica al futuro de nuestros hijos".
"¡Vergüenza – replicaba el abuelo de Rubén, mientras sostenía la mochila de su nieto - vergüenza, tendría que darle a Cristóbal!, por presentar ante los ciudadanos los peores presupuestos desde los tiempos de Suárez". "Nos han engañado con el copago sanitario y ahora nos quieren vender la moto con la milonga de las pensiones". "¡Estamos muchísimo peor que en tiempos de Zapatero!".
Cuando he vuelto del paro – seguía Antonio, mientras plegaba la quince de "las memorias de Bono" – en la SER había un invitado hablando de Economía. Decía este sabio catedrático que: "con tanto recorte hemos perdido la fórmula del crecimiento". "Mientras los chinos copian, los holandeses invierten, los alemanes producen, los americanos innovan… Nosotros, los españoles, ¡los de siempre!; ¿qué hacemos con nuestro sistema?". ¡Cuánta razón tenía ese señor! Si lo piensas bien, María, solamente nos hemos quedado con mano de obra barata. Hemos pasado de ser algo en el centro a ocupar los últimos peldaños de la periferia europea. Se nos han caído los ladrillos.
Se nos ha ido nuestro talento y, se nos derrumba día tras día, el Estado de las Autonomías. ¿Qué nos queda? Nada, le respondía María. Lo único que nos falta – sigue la esposa, mientras mira atentamente a los ojos de su esposo – es que a los catalanes les concedan la independencia. Les concedan la independencia y encima les saquen las castañas del fuego. ¡Qué vergüenza! que Artur se saliese con la suya y encima nosotros que somos inmigrantes andaluces tengamos que decir en nuestro DNI que somos de "Cataluña".
"Es indamisible que los centros públicos, los de todos, se hayan convertido en los mismos institutos de los suburbios de Chicago"
Mientras tanto, en la habitación del fondo. En los silencios de la noche. Ajena a los diálogos que se desarrollan en la alcoba de sus padres. La niña de los Martínez, duerme plácidamente. Duerme la pequeña, duerme. Duerme, ajena a los problemas del hoy y las incertidumbres del mañana. Duerme, ajena a los problemas del paro. Ajena a los problemas del abuelo de Rubén, y ajena al cabreo de Amalia. Duerme la pequeña, duerme. Duerme, sin saber que durante el día existen millones de ciudadanos dormidos como ella, que todavía no han despertado del sueño de Rajoy.
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