Después de la razón llegó la emoción; y ahora, ¿ha llegado el turno de la intuición?

Por Robertoc

Recuerdo que cuando llegué hace 8 años a Visesa y empezamos a crear un servicio nuevo sentí la necesidad de medirlo todo, de trocear el proceso en lonchas cuyo espesor había que medir todos los meses para ver si las dimensiones de cada trozo eran las correctas para que, en caso de que algo fallara, poder arreglar la “loncha” que no iba bien. Sin duda mi pasado universitario influyó en esa ¿obsesión? por medirlo todo: venía de estar varios años investigando en la universidad, tratando de medir, tabular y analizar con estadísticas complejas restos gráficos de hace 20.000 años para poder elaborar alguna teoría creible y nada podía escapar de los números y el análisis multivariante.

Al poco tiempo aprendí que la razón no lo era todo y que la emoción jugaba un papel importante en la dirección de equipos y en el trabajo con otras personas, algo fundamental para conseguir cualquier objetivo que no pudieras conseguir por tus propios medios. Fue cuando empecé a oir hablar de las inteligencias múltiples y, sobre todo, de la inteligencia emocional. Desde entonces me han aportado muchas más cosas positivas todo lo que he aprendido sobre las relaciones entre personas (¡a estas alturas!) que sobre la definición y mejora de los procesos.

Y cuando ya había admitido que las emociones están presentes también en el trabajo y pensaba que no habría más sorpresas, van y se me aparecen las constelaciones organizacionales. Me acerqué a ellas, no sin dudas, gracias a las recomendaciones de Asier, que conoce el tema en profundidad, que es un convencido de las constelaciones y además un profesional de lo más solvente. También lo hice porque varias personas me habían hablado muy bien del ponente: Guillermo Echevarría. Aunque no negaré que tenía también mis reticencias. La primera son los cartelitos que hay en mi barrio anunciando constelaciones familiares (que es en lo que se basan las organizacionales): me recuerdan muchísimo a los carteles que anunciaban conferencias de historia organizadas por Nueva Acrópolis cuando hacía la carrera en Santander. Y tampoco me atraía nada el “inventor” de las C.O.: había leído un libro suyo en el que hacía demasiadas referencias (para mi gusto) al alma y, como dice mi niña, “cosas de dios”.

Aún así, me presenté hace unos días en Donosti para enterarme de qué iba eso de las C.O. La cosa no empezaba bien: en un blog de estos que nos gustan a los ateos y escépticos con todo lo que nos suena a pseudo ciencia ponían a parir  las constelaciones organizacionales y lo calificaban de “terapia de la nueva era“. Pero nos metemos en harina y empiezo a enterarme de qué van las C.O. De entrada, me parece obligado empezar pidiendo perdón a Guillermo y a quienes conocéis bien las C.O. por lo simple de la explicación; espero que alguien pueda completarlo en los comentarios. Básicamente consiste en “dramatizar” un problema. Éste se divide en diferentes elementos (pueden ser personas, decisiones, sueños…) y cada persona representa uno de esos roles. Quien debe tomar la decisión ubica en el espacio a cada persona-rol, donde le parece que deben estar, y basándose exclusivamente en la intuición o en lo que siente. Una persona experta en C.O. conversa con las personas-roles y les pregunta sobre sus emociones en ese momento y cómo se sienten en relación a los otros miembros. Pueden incluso moverse a otros sitios para sentirse más cómodos, hasta que finalmente todos los elementos de la constelación guardan un equilibrio y se sienten bien en relación con los demás, dentro de un sistema. También puede ser que esa distribución espacial ideal no se consiga encontrar, y entonces significa que el problema tiene difícil solución. Así explicado, parece magia, ¿no? De hecho, alguien que ya había hecho el curso me recomendó aguantar las 3 primeras horas, porque las explicaciones me iban a parecer rarísimas. Y aguanté. La verdad es que Guillermo comentó al inicio la base científica de las C.O., y no es poca. Aunque soy incapaz de reproducirlo aquí, tiene que ver con teorías psicológicas y con dinámicas universalmente aceptadas como el psicodrama o el role-play. Vamos, que no es la magia de la power balance de la ministra de sanidad o del lehendakari.

Lo bueno del curso es que todos los asistentes pudimos experimentar y hacer al menos una constelación. Y ahí llegó la sorpresa. Yo constelé sobre un proyecto importante en el que me parecía que debía tomar una decisión (que, por cierto, estaba ya casi tomada). Empecé a situar a cada elemento (3 personas que representaban otros tantos roles) en el espacio, sin ningún convencimiento y ellos empezaron a hablar sobre sus emociones dentro del sistema. Yo no veía nada hasta que una de las personas dijo una frase que me dejó boquiabierto. Llegué a pedirle que lo repitiera. Entonces conseguí articular levemente los músculos de la boca y pronunciar una expresión de sorpresa: “¡Jódér!” (así, pronunciada con los dos acentos). Hasta entonces no me había percatado pero en ese momento me di cuenta de que la decisión que estaba a punto de tomar estaba basada en un prejuicio. Por supuesto, eso cambió mi decisión, el proyecto ha tomado otro rumbo y gracias a una conversación he conseguido superar ese prejuicio. En resumen: mi constelación organizacional funcionó.

No tengo ni idea de en qué se basa para que algo tan simple e intuitivo consiga resultados de ese tipo. No era yo la única persona que había visto soluciones en su constelación; de hecho creo que todos nos fuimos del curso con alguna información o idea importante. En el curso me parecía que esto podía funcionar como una especie de técnica de creatividad; algo similar a la dinámica de analogías, donde unas imágenes te pueden sugerir ideas sobre algo en lo que tienes que ser creativo. En este caso, una frase que se pronunció en la constelación, puesta en boca de alguien que no me esperara que lo pronunciara, me permitió ver y plantear el “problema” desde otra perspectiva e identificar lo que podía ser un error de percepción mío para después, en la “vida real” tratar de confirmar o desmentir si estaba en un error y tomar así la decisión más adecuada.

Sin tener más información que la obtenida en unas pocas horas de curso, tengo la sensación (¿debería decir intuición?) de que esta herramienta puede ser muy útil en la toma de decisiones para ver las cosas como un todo (y no de forma aislada) y también para verlas desde distintos ángulos, y no solo desde nuestra mesa del despacho. Pero no ocultaré que me genera también muchas dudas (y de eso va precisamente el blog). La primera es la de que se basa en gran medida en la intuición y me resulta muy difícil pasar del razonamiento matemático estricto (en la universidad hasta me llamaron una vez positivista) a la intuición más subjetiva. Me da miedo. Y eso me lleva a otra pregunta: si haces la constelación con otras personas, ¿te va a salir lo mismo o podría salir justo lo contrario? Y si sale lo contrario, ¿qué hacemos? Y, por último, no ocultaré tampoco un prejuicio, y es que -con todos los respetos- la editorial que ha publicado el libro de Guillermo no se dedica precisamente a publicar trabajos de dirección, innovación, management, coaching, o cosas por el estilo. Por último, otro punto a favor de las constelaciones es este artículo de Enrique Sacanell, que en el mundo de la gestión y la innovación tampoco es conocido precisamente por creer en la magia.