Hace un par de noches dormía profundamente cuando se inició una de esas tormentas de verano que hacen de agosto un mes mucho más emocionante. La tormenta parecía dispuesta a aposentar su hermoso epicentro encima de nuestra casa para deleitarnos con su poderío. Pero no le debió de sentar muy bien que yo estuviera en modo off y no me hubiera percatado de su grandiosidad, así que comenzó a llamarme para que me despertara. Primero lo intentó con una lluvia torrencial, luego con vientos que estaban haciendo las prácticas para ser huracanados, más tarde con relámpagos que iluminaban la habitación como si un centenar de paparazzis estuviera buscando la exclusiva del año, pero nada, no conseguían sacarme de ese estado maravilloso de inconsciencia total. Así que la tormenta me gritó y el cielo estuvo a punto de caerse encima mío. Un trueno con la fuerza de mil cañones juntos hizo que todo mi cuerpo convulsionara como la niña del exorcista y mi corazón comenzara a trotar como una manada de caballos desbocados. Consiguió sacarme del modo off, y en cuanto procesé que el despertador del infierno era tan sólo un trueno y escuché el sonido de la lluvia, comencé a temblar de miedo. Es curioso, porque nunca había temblado de miedo en mi vida, ni siquiera de pequeña. Lo mejor de todo, es que ni siquiera tenía miedo real porque sabía que era tan sólo una tormenta, pero mi cuerpo temblaba sin parar. Sin quererlo, utilicé el mismo sistema de defensa que utilizan los animales para sacudirse el miedo. En el libro Sanar el trauma de Peter A. Levine, cuenta un claro ejemplo de ello:
"En el vídeo de National Geographic Polar Bear Alert, [...] un aeroplano persigue a un oso atemorizado, le disparan un dardo tranquilizador y a continuación el animal se ve rodeado por un grupo de biólogos que lo etiquetan. Cuando el enorme oso sale de su estado de shock, empieza a temblar ligeramente. El temblor va aumentando hasta convertirse casi en una serie de sacudidas convulsivas, en las que sus extremidades parecen moverse al azar. Cuando deja de moverse, el animal toma varias respiraciones profundas que se extienden por todo su cuerpo. El biólogo narrador de la película comenta que el comportamiento del oso es necesario porque de esta manera "se deshace del estrés" acumulado durante la caza y captura. Y ahora viene la parte interesante: cuando se contempla la respuesta del oso a cámara lenta, es evidente que los giros de las piernas que parecen producirse al azar son en realidad movimientos de correr perfectamente coordinados. Es como si el animal completara su escapada concluyendo activamente los movimientos de huida que quedaron interrumpidos cuando sintió los efectos del tranquilizante."
Los humanos hemos perdido esa habilidad natural de "sacudirnos el estrés", porque siempre se ha hablado mal de los "cagados que tiemblan de miedo". Parece que es un acto de cobardía, pero es tan sólo una muestra de que nuestro sistema nervioso funciona correctamente. ¿A qué se debe que yo me viera temblando de miedo por primera vez en mi vida? Porque recibí el susto estando profundamente dormida y estaba todavía medio dormida cuando comencé a temblar. Es decir, mi sistema nervioso central estaba totalmente relajado, lo que permitió que funcionara correctamente. ¿Qué me hubiera ocurrido si ese mismo trueno me hubiera asustado mientras estaba despierta y con la mente activa? Que mi mente hubiera bloqueado la convulsión natural entrando en modo "alerta roja" y hubiera empezado a pensar en todas las posibles catástrofes que podría provocar la tormenta "para estar preparada por si acaso". Es decir, hubiera imaginado:
- Que la tormenta arranca el techo de la vivienda, la lluvia torrencial cae sobre mí y un rayo me fríe al instante.
- Que un rayo cae sobre la casa, ésta se incendia y yo me frío con ella.
- Que un asesino en serie aprovecha que han saltado los plomos de la vivienda para matarnos uno a uno con un hacha (como si fuera más cómodo para los asesinos matar y capear el temporal a la vez... ¡cuánto daño ha hecho Hollywood!)
Mi mente hubiera empezado a activarse y a generar tal nivel de imágenes desastrosas en mi mente, que mi nivel de estrés hubiera sido mayor y mi sistema nervioso central hubiera colapsado, generándome un trauma que probablemente duraría toda la vida si no hago un trabajo de liberación emocional profundo.
En cambio, no pasó nada de eso, después de un par de minutos temblando, sentí como si toda esa energía que me hacía temblar se disolviera y entré en un estado de relajación increíble. Sentía como si mi cuerpo fuera una nube de algodón de lo relajada que estaba. La tormenta seguía con su epicentro aposentado encima de nuestra casa, pero no conseguía alterarme ni una pizca. No había ni miedo, ni pajas mentales.
- Pon una mano en el abdomen y otra en el pecho, para ser consciente de qué parte de tu cuerpo está recibiendo el aire que respiras. Procura que no haya ningún movimiento en tu pecho durante el ejercicio.
- Expulsa a fondo el aire de tus pulmones varias veces para vaciarlos por completo, para provocar la necesidad de inspirar más profundamente.
- Una vez que comiences a tomar aire, inspira llevando el aire "hacia tu abdomen", como si quisieras empujar la mano que tienes apoyada en él. Cuanto más extiendas el diafragma y más profundo respires, más se hinchará tu vientre.
- Cuando sientas la necesidad de soltar el aire, hazlo relajando tu vientre. Éste se desinflará y notarás cómo tu mano baja con él.
Cuando consigas que sólo haya movimiento en el abdomen al respirar profundamente, lo tendrás controlado y podrás practicarlo lo suficiente como para integrarlo y que se convierta en una herramienta de tu día a día. Cuanto más estés en el cuerpo, mejor funcionará tu sistema nervioso central y podrás sacudirte el estrés tan rápido como lo hice yo el otro día. ¿A que ahora te gustaría poder temblar de miedo?