Hoy era un día como otro cualquiera, con la agradable sorpresa de haber encontrado una pequeña terraza desde donde podíamos ver la ciudad de Moshi mientras disfrutábamos de un cocktail de Mango.
Nos dieron las seis. Quedaba apenas media hora para la puesta de sol, por lo que bajamos, bastante animados, en busca de un taxi.
¡Y ahí estaba! la furgoneta con el coro de raso. Sonaban trompetas y bombos, y la gente reía.
Como una marcha fúnebre arúspice.
Un crujido metálico, apenas un segundo en girar la cabeza. Chispas, asfalto. El dala-dala arrastraba la moto. El murmullo desapareció. Los cánticos se desvanecieron. Solo podía escuchar la estridencia fatídica. Un vuelco al corazón.
Murió.
La gente se abalanzó alrededor. El día a día, uno más. Algunos rieron. Bajo los pies de los pasajeros del dala-dala yacía inerte el cuerpo del motorista.
Y yo aún no me había dado cuenta de que había visto una vida desaparecer.
"Está muerto, está muerto" me dijeron. Y ellos ya lo habían visto, lo habían asimilado. Y ellos ya sabían que lo volverían a ver. Una y otra vez.
Tanzania 2014.