En el caso del deporte podría ser distinto, pero las competiciones están tan adulteradas, las instituciones son tan parciales, y —en la mayoría de los casos— la educación deportiva tan inexistente, que acaban destrozando su misma esencia. En definitiva, cualquier manifestación artística puede aportar algo de valor, unas más que otras, pero salvo algunas excepciones —llevadas al extremo—, el arte es siempre positivo.
El sentido de la maravilla, o la capacidad de dejarse llevar por la imaginación, extasiándose por lo que dicho viaje nos muestra y sin reparar en detalles minuciosos, buscando deslices, errores o afanándose por adivinar el final especulando sobre múltiples de ellos, es fundamental en mi parecer para la ciencia-ficción, y en general para el disfrute de una obra. Aquellos que pasan tardes enteras pasando fotograma a fotograma una película para buscar el detalle, la anécdota, el error, el desliz, bien sea en el propio hacer cinematográfico o en el supuesto deber de la pulcritud científica, creo que poseen esta capacidad sensorial algo perjudicada. Por supuesto que esto no significa pasar por alto cualquier error científico o argumental, pero en cualquier caso debería primar el disfrute. Dejarse llevar por la sensación que el autor decidió en su día evocar en el espectador o lector con su creación, o mejor aún, con aquellas que toda obra con el paso del tiempo, pueda llegar a adquirir.