“Destruiremos hasta la jungla”: Ruthless, un melodrama soñado de Edgar G. Ulmer para Cinearchivo

Publicado el 15 diciembre 2010 por Esbilla

El extravagante vienés Edgar G. Ulmer es el segundo “Rey de la serie-b” que se asoma por Cinearchivo con el objeto de dejar una muéstra de su inabarcable (por sinuosa, por ilocalizable, por todo) carrera que abarca desde el mudo hasta la década de los 60. Aunque más que ese título y esa categoría le correspondería la del de Mago de lo atmosférico a la fuerza, del espacio fantasmal, de la poesía del arreglárselas, o quizás el de Sultán de lo barato o de cualquier otra categoría inventada que estuviera por debajo de esa “b” que, para Ulmer, era una aspiración de lujo y promesas en comparación a los irrisorios presupuestos que solía manejara y a los leoninos tiempos de rodaje de los que disponía.  Director genial, en cualquier caso, por naturaleza y porque no le quedaba más remedio, personalidad dotada de

Edgar G. Ulmer, Hedy Lamarr y George Sanders durante el rodaje de "La extraña mujer"

un sentido del cine admirable, único. Toca reivindicarlo una vez más y este puede ser un buen sitio por el que empezar:

En esta primera entrega aparecen reseñados, a modo de conjunto representativo, el film-decó de horror Satanás (1934), el psycho-killer (avant la lettre) de época de Barbazul (1944), el melodrama febril La extraña mujer (1946), esa obra maestra del noir delirante y abisal que es Detour (1946) y , finalmente, el título del cual yo me hago cargo: Ruthless, otro extraño melodrama, poco visto y menos difundido, que pasa por contar con uno de los presupuestos más holgados de su carrera (lo cual tampoco es mucho decir). Historia profundamente americana, novelesca y potencialmente vulgar, sublimada por el talento de Ulmer y su singular manera de acercarse a cualquier material, convirtiéndolo casi por sistema, en una ensoñación, en una muy cinematográfica zona de choque entre lo real y lo alucinado: EDGAR G. ULMER (I): «REYES» DE LA SERIE «B»

El triunfador: Ruthless

Todo parece un cliché pero nada lo es bajo el prisma de una atmósfera más cercana al duermevela que a cualquier noción de realismo. Cabalgando sobre elipsis radicales, el recuerdo tamiza los hechos que abarcan desde la infancia hasta el momento presente y que en un estructura poéticamente circular comienzan y acaban en el agua, primero como renacimiento y luego como muerte.

El protagonista, un feroz inversor de Wall Street llamado Horace Vendig —un espléndido Zachary Scott, actor habitualmente asociado a papeles villanescos o ambiguos cuyo estilo gélido y físico inquietantes traducen a la perfección la incomodidad sinuosa que Ulmer pretende—  es presentado en una fiesta en su lujosísima mansión a través de los ojos del que fuera su mejor (y único) amigo, Viv Lambdin —personaje a cargo del magnífico Louis Hayward, actor con menos suerte de la merecida que reptiría una vez más con el director en la memorable experiencia italiana de El pirata de Capri en 1949— y su joven acompañante Mallory, que como en breve descubriremos es la perfecta réplica física del primer amor de ambos, Martha, al mismo tiempo la primera gran traición de la vida de Horace. Este doble papel recae en otra actriz de fortuna desigual, notable talento y presencia melancólica Diana Lynn, pronto exiliada en la televisión su talento sereno y sus ojos tristes no terminaron de encontrar sitio en Hollywood, comenzó muy joven, trabajó con Billy Wilder en El mayor y la menor (1942) y con Preston Sturges en The Miracle of Morgan’s Creek (1944), y falleció con sólo cuarenta y cin co años. Merece la pena detenerse un momento en las actrices de esta película. Todas ellas son casi rarezas, actrices demasiado especiales para el momento, más aún que sus dos protagonistas masculinos, los dos de carrera errática y frustrante, perfectas en más de un sentido para el cine de Ulmer en general y para esta película en particular. A la clásica Lynn hay que sumar la belleza cortante de la sensual Martha Vickers…” (continuar)