Estoy segura que alguna vez habéis pensado, ¿a dónde se ha ido el tiempo? Te levantas por la mañana con un millón de cosas por hacer y a medida que van pasando los minutos, surgen en tu camino otro millón de cosas más que se confabulan contra ti para que al final del día termines olvidando eso importante que te habías propuesto hacer.
Y no solo eso, echas la vista atrás… ¿Y dónde se han ido los primeros cinco meses de este nuevo año? Empiezo a convencerme de que un duende gruñón camina a mi lado robándome el tiempo, que si aún fuese uno de esos fantásticos _hombre me paso siete días a la semana machacándome en el gimnasio_ fae, tendría un pase… Pero un enano que camina a tu lado y te grita al oído (eso si tienes suerte y eres bajita, porque de lo contrario, como no lleve zancos, la lleva clara) en cada oportunidad que tiene… ¡se acaba el tiempo! Puede llegar a ser un tanto irritante. En mi caso, juro que el tiempo se me escapa de las manos, y lo más cojonero de todo es que no sé en qué lo gasto. Algo preocupante si tenemos en cuenta la crisis (la cual se nos ha instalado encima como si este fuese el microclima perfecto para ella) y es que cualquier día nos pedirán incluso que paguemos el aire que respiramos… y pobres de los que no tengan ni dónde caerse muertos, porque esos sí que serán fiambre… ¿Y a que viene todo este sin sentido de hablar sobre el tiempo, la falta de él? Ni yo misma lo sé. Pero como tenía que escribir mi entrada semanal y el cerebro lo tengo cortocircuitado con mil y una cosas que no viene a cuento, pues fue abrir una página en blanco y ponerme a desvariar con lo primero que se me pasó por la cabeza. Que sí, que podría ponerme a despotricar sobre los cansinos que son los tele operadores, siempre tocando las narices y siempre llamando en el momento en el que más ocupada estás o que menos ganas tienes de aguantarles. A estas alturas los de Jazztel me odian, seguidos muy de cerca por Timofónica… El resto de operadores de telefonía móvil ya no saben ni contestan… Hacen bien, porque si tienen que aguantarme en mi versión “Lady Ira 2.0” se iban a ir por la patilla abajo… Todavía recuerdo aquel dulce día en que puse a parir a un tipo de una sucursal de Málaga de una operadora de telefonía móvil y lo dejé al borde de las lágrimas y deshaciéndose en disculpas, porque esta servidora estaba hasta las narices de levantar el teléfono cada cinco minutos para responder y que saliese el pedante operador de turno de Jazztel. Sí, una pecado tiene sus días… y qué días son algunos de ellos. Y es que seamos sinceras, ¿quién no ha tenido alguna vez un día de esos en los que no deberías haberte levantado de la cama? Que digo levantado, ya no tendrías ni que haber encendido la luz. Y no nos metamos en el campo del insomnio o de los desajustes del sueño, porque entonces ya desvarío todavía más. Lo que me lleva a otro derrotero completamente distinto, y con esto si no parezco el Sombrerero Loco, poco me falta. ¿Qué gracia le ve la gente a adquirir los mismo “vocablos” y decirlos una y otra vez, y otra, y otra, y otra, y así hasta el infinito. Vale que lo diga una persona, pero que todo el grupo a su alrededor tenga que ponerse al mismo nivel y soltar las mismas chorradas… ¿nos hemos vuelto tontos o es que ya lo éramos desde el principio? Empieza a preocuparme seriamente la falta de inteligencia que asola el país, o de lameculismo agudo, porque de eso también hay y mucho. Una persona racional pensaría que hoy por hoy el ser humano tendría que tener suficiente conocimiento de su propia especie como para considerarse un individuo único y destacar (en caso de querer hacerlo) como tal, pero una vez más la inteligencia adherida al Homo Sapiens se ha ido de vacaciones y todos terminamos actuando como borregos (que no Borreguis, ¡ojo!) siguiendo el mismo camino y haciendo las mismas cosas una y otra vez… ¿con tal de encajar? ¡Eeeeeek! ¡Error! Si eres una persona única, actúa como tal y no como un clon absurdo de otro que ni siquiera tiene personalidad propia. Si habéis llegado hasta aquí, joer… mi más sentido pésame, por que anda que no me estoy yendo por las ramas y bien, el problema de todo esto es que si debiese preocuparme, no lo hace en absoluto… pero podéis achacarlo tranquilamente a la medicación, el Miolastan puede ser cojonudo para las contracturas, dolores musculares y demás, pero a Lady Ira la dopa. Mucho. ¿Y los médicos te escuchan cuando se lo dices? ¡Nooo! Te dicen, “pues entonces tómate solo la mitad”. Síiiiiiii, claro… ¿Qué parte de “este medicamento me deja grogui y descoordinando, no entiendo, Doc? Pues eso, agarrad el tiempo con cadenas y cuando lo tengáis bien atadito a vuestra vera, le dais a leer el Quijote, que si no se muere por el aburrimiento, lo hará con lo que pesa. Ala, que os cunda el día, nos vemos el Jueves que viene (si no me encierran antes en algún infierno ¬¬)