El narrador y protagonista de Los apuntes de Malte Laurids Brigge, de Rainer Maria Rilke, tiene 28 años. Confiesa que se considera demasiado joven para haber podido escribir una buena obra. Ha escrito un estudio sobre Carpaccio, un drama e incluso versos. Pero, tal y como expresa,¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias.Para ser escritor hay que escribir y escribir bien solo se consigue con experiencia. Esta es un requisito imprescindible y, no obstante, insuficiente para la creación literaria. De ahí que Enrique Vila-Matas distinga no solo entre escribir bien y escribir mal. Dice que se puede escribir correctamente y no alcanzar la obra de arte.Entre los rasgos esenciales que deben estar en toda novela futura que se precie de pertenecer al nuevo siglo, señala en Perder teorías cinco irrenunciables: La "intertextualidad" (escrita así entrecomillada).Las conexiones con la alta poesía.La escritura vista como un reloj que avanza.La victoria del estilo sobre la trama.La conciencia de un paisaje moral ruinoso.Son cinco rasgos que, para contemplarlos en la escritura, requieren experiencia, aunque esta sola no baste. Sin experiencia difícilmente se alcanza ese trabajo secreto con la conciencia, del cual habla Vila-Matas en Aire de Dylan, "que se desarrolla en perímeros alejados del gran espectáculo del mundo" y que "habita en las viejas casas de la literatura de siempre". Laurids Brigge piensa que a su edad carece de vivencias y recuerdos. No se siente a la altura de poder falsificarlos, inventarlos o robarlos. Le falta madurez para ausentarse del mundo y entregarse al trabajo secreto con la conciencia. También el narrador y protagonista de En otro País, novela corta de Ricardo Piglia, es muy joven al comienzo del libro. Tiene 16 años. Por cuestiones políticas que afectan a su padre se ve la familia obligada a emigrar de Buenos Aires a Mar de Plata. Él combate el vacío y el abatimiento escribiendo un Diario. Por fin le sucede un acontecimiento extraordinario. Conoce a Steve Ratliff, un hombre mucho mayor que él, de casi cuarenta años. Es un escritor excepcional, culto y refinado del cual lo aprenderá todo: los poetas, los escritores y, en general, la literatura y la escritura. Una vez que ha muerto Steve y se ve capaz de escribir, habla sobre sí mismo como si fuera aquel el que se expresara. Habla con la madurez de Steve, contando la historia de este y entreverándola con la suya. No quiere narrar otra cosa que la experiencia única de sentir narrar a su amigo y maestro.En esta novela el protagonista trata de hablar por el otro que ya no está. Reproduce su tono y su modo de narrar. Cuenta lo que no se conoce de su historia integrándolo en la suya propia. Antes ha reconocido que se necesita edad para alcanzar la creación literaria:Narrar es fácil, dice Steve, si uno ha vivido lo suficiente para captar el orden de la experiencia. No se puede ser un gran novelista antes de los cuarenta años.La experiencia no solo es una condición indispensable para los escritores, sino también para los lectores. Vila-Matas deja constancia de su apuesta por una literatura que comprometa tanto a editores y escritores de talento como a lectores activos. La escritura exige experiencia, pero también los lectores han de derramar la suya a lo largo del proceso de lectura. Como escribe en Dublinesca:El viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro y de acercarse a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas.En versos de Emily Dickinson, que hablan de una colina que se tiene por simple panorama, ser capaz de:Venir de un mundo que ya es conocidoa uno que es todavía incertidumbre.(...)Detrás de la colina está lo mágico,todo lo nunca visto.Lo nunca visto y por conocer, pienso, que no se alcanza a descubrir al pie de la montaña. Hay que estar preparado para emprender la subida hasta la cima de la colina. Hacerlo entonces, quizá, al modo en que Sísifo empujó su roca hasta arriba, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso una y otra vez.