SINOPSIS
Cuando las personas están hundidas en su propio estupor, no se dan cuenta de que lastiman a quienes les rodean, y peor aún ¡Toman decisiones totalmente erróneas!
La vida de la pequeña Kimberly, una niña de apenas ocho años, toma un cambio radical cuando su padre, presa de un ataque de abstinencia, decide venderla por unos cuantos dólares para solventar así su vicio al alcohol.
Kim será obligada a convertirse en mujer desde temprana edad. Vivirá cosas que a cualquier mujer la dejarían marcada de por vida, pero su fuerte personalidad le permitirá adaptarse a los cambios, y pronto aprenderá a usar su cuerpo como un arma contra sus enemigos.
Y justo cuando cree que todo está en perfecto equilibrio, llegará un nuevo personaje en su historia y hará que el crudo argumento cambie completamente. El dueño de un par de ojos azules terriblemente desconcertantes, será la perdición de Kimberly, y pronto se encontrará cuestionando todo lo que ha aprendido hasta el momento.
¿El amor estará hecho para una mujer como Kimberly? Habrá que averiguar qué hay detrás del antifaz.
CAPÍTULO 1
Justo como cada noche, una silueta curvilínea se apodera del escenario de The Angels. La luz es tenue cuando la sombra comienza su rítmico baile, sus pasos son pequeños y apenas rozan el suelo, pero aun así son precisos y decididos.
Ella sabe muy bien lo que hace, lo ha estado haciendo desde hacía once años.
Tan pronto como un baño de luz cae sobre ella como si fuese un delincuente, la música parece explotar y todo hombre es presa del hechizo cautivador de la mujer sobre el escenario. Aquel pequeño cuerpo de diosa resulta encantador para cualquier hombre en el lugar. Ella es hermosa y es consciente de ello, sabe cómo moverse para darle problemas a todo aquel que caiga en la tentación de poner los ojos sobre sus curvas.
Su andar es grácil, como el de una gacela. Está al asecho, tentando a todo aquel que sea lo suficientemente estúpido para caer en sus garras. Sus caderas comienzan un pronunciado vaivén al ritmo de la música electro y sus manos flotan en sobre su cabeza, dibujando patrones irregulares en el aire. Ella es feliz cuando baila, se siente un tanto más libre de las cadenas de Nathaniel; su dueño y amante bajo las sábanas.
Aquellos ojos que ha mantenido cerrados, se abren al público y se extasían al ver que nadie es capaz de dejar de mirarla. Su mano derecha baja y toma entre sus dedos la suave tela de su pareo, escucha el jadeo del público, anticipándose a lo que saben que sucederá.
Ella bailará para su público como cada noche y dejará que algún afortunado hombre acaricie su piel desnuda, pero solo aquel que tenga el suficiente sustento para complacerla, será el verdadero afortunado que podrá tocarla sin restricciones.
Pobres imbéciles, pensaba ella mientras que sin perder el ritmo, se deshacía del pareo y dejaba al entrever la pequeñísima prenda que cubría su intimidad.
Alzó la vista y tan pronto como lo hizo, sus ojos se encontraron cayendo en la red de unos profundos ojos azules. Su baile se detuvo un segundo, era como si aquel desconocido fuese capaz de mirarla completamente, de ver debajo del antifaz negro que cubría su rostro.
Un hombre gritó y ella reaccionó. Sus caderas comenzaron un movimiento lento, alzó su larga melena y danzó para el dueño de aquellos ojos que a Kimberly le resultaron tan desconcertantes. Sus miradas no se despegaron en ningún momento y ella era capaz de sentir un escalofrío en su piel al sentirse bajo el escrutinio de aquella mirada penetrante.
Ella bajó del escenario y se dirigió a él. Lo había elegido como el afortunado que sería capaz de posar sus manos en ella. Pero él no reaccionó. Para irritación de Kimberly, él no pareció estar muy entusiasmado con tenerla sobre su regazo ni tampoco nada emocionado al estar ella tan cerca.
—Eres el primer hombre que se abstiene de tocarme —murmura ella. Hay una sonrisa burlona en su rostro y sus ojos chispean juguetones; se acerca sólo un poco más a él para tener acceso a su oído—. A menos que no seas un hombre de verdad ¿Lo eres?
Sabía que heriría su ego de macho, y una vez que él comenzara a disfrutar de su cuerpo, ella sería lo suficientemente malvada como para alejarse de él y dejarlo encendido. Por su atuendo podría asegurar que no era de la clase de hombre que tendría el capital para poseerla. Llevaba unos simples vaqueros y un polo blanco, aunque con aquel cabello rubio desordenado y esos ojos azules, se veía increíblemente ardiente.
Michael sonrió. El comentario de la mujer sobre sus piernas golpeó su ego, pero obviamente no se dejaría evidenciar si dar algo de guerrilla.
—Tal vez se deba a que tú no eres lo suficientemente ardiente como para emocionarme —susurró él, burlón.
Los ojos de Kimberly se achicaron detrás del antifaz. ¿Había escuchado bien? Se sintió ofendida por el comentario ¿Ella no era lo suficientemente atractiva para ese hombre? ¡Le probaría lo contrario, entonces!
—¿Quieres averiguarlo en privado? —sugirió ella. No planeaba tener sexo con él, eso sin duda no estaba en sus planes, simplemente buscaba hacerle tragar sus palabras.
La sonrisa de Michael no se borró, soltó una risita en acompañamiento, pero nada más.
—Quisieras —contestó, tomándola por las muñecas y alejando sus manos de él—. No eres mi tipo.
—¿Entonces? ¿Las morochas no son tu tipo? —preguntó, sacudiendo su melena castaña—. Tengo una peluca rubia, por si te interesa.
—No serás tan afortunada.
Dicho aquello, Michael se puso de pie, llevándose consigo a Kimberly. Soltó sus manos y la dejó ahí mientras se apartaba, caminando tranquilamente hacia la salida.
Los puños de ella se tensaron. Nunca nadie la había despreciado, y sin embargo aquel desconocido no la había tocado más que para cogerle las muñecas y separarla de él. Sus dientes chocaron. La indignación la consumía; un grito comenzó a formarse en su garganta, pero lo tragó con toda su fuerza de voluntad y caminó firmemente hacia el escenario. Actuó como si nada hubiese sucedido y terminó su show lo más rápido posible.