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Detrás del Burladero cualquiera se siente torero

Por Antoniodiaz

Detrás del Burladero cualquiera se siente torero

Foto: Daniel Pérez


Se finí -c'est fini, para el lector que haya estudiado en colegio de pago-. Por fín acabó, en Burladero, ese portal vital de información para aquellos que evangelizan que el mensaje del milagro del toreo es transformar los panes en orejas y la casta en agua, el panegírico, publicado como una trilogía y dedicado a la figura del magnate o mangante taurino -aquí el orden de las letras no altera el producto. Léase también en el peor y más déspota y humillante de los sentidos-. 
Las casas de los Choperita, los Lozano, Matilla, Chopera, Pagés y Simón Casas han explicado la situación de la economía de la Fiesta. De su economía. De su Fiesta. Y ha sido muy triste corroborar como después de tantos años cavando ratoneras en los circulos taurinos, de sufrir de codo de tenista a fuerza de desgastar las maeras de tantísimas barreras; de comprobar como el manso aquí es de triunfo y allí es de hule; de advertir que mientras para un faenón en el norte se exige Toro, en el sur, palmas por bulerías; y de hacer mas kilómetros que el baúl de la Piquer, no han comprendido nada. Una de dos: o son malos estudiantes o lo que estudian no les gusta. Aunque, con el ánimo de satisfacer a aquellos que ven los toros como una cosa bonita con arte, y que sostienen que Bin Laden es un monaguillo de los Agustinos comparado con los talibanes que entran a leer esta bitácora, vamos a decir que estos productores taurinos sí que aprendieron algo, perfeccionando hasta el cum laude aquello en lo que Juncal era maestro: el sablazo y la gorronería.
Porque es desconsolador ver como esta Fiesta nuestra ya no es que sea incapaz de dar toreros valientes y toros encastados, es que además ve como va desapareciendo el gracejo y el salero de los tunantes que de ella se alimentaban. Nos faltan sinvergüenzas con categoría. Cabrones que enamoren. Malos por los que nos jugásemos la vida. Como ese Hannibal Lecter, que hacía morcillas con la vecina del 5ª, y que daba grima, pero que decías `no comparto sus gustos culinarios, aunque peor se come en El Bulli, pero qué listo es el cabrón´; aquel Tuco, el zarrapastroso pistolero que se hizo famoso junto al bueno y el malo, más feo y ladrón no podía ser, pero admirabas su capacidad para esquivar la bala y romper la soga en el último suspiro; o el cuñao de Rocky Balboa, que no podía ser más pesado ni entrenando, pero al que su tozuda insistencia lo hizo pasar de borracho sin cantina a apoderado de un campeón. Sinvergüenzas con trapío. 
Aquí tenemos a seis millonarios seis, hijos de millonarios, padres de millonarios y futuros abuelos de millonarios, que se dedican a lloriquear como si fuesen eralas de Zalduendo. Que si están arruinados; que si no ganan; que si somos injustos con ellos; que si las subvenciones son pocas subvenciones; que si la gente ya no va a los toros; que si José Tomás es malo, pero bueno; que si Molés televisa, que es bueno, pero monopoliza, que es malo. Sin embargo, la grandeza, el orgullo, el honor de compartir universo con el Toro no se les adivina por ninguna parte, no aparece entre tanta lamentación pecunaria. Son de una mediocridad astifina.
Si ya antes de este `gran trabajo de Burladero´teníamos conciencia de que nos tomaban por idiotas, ahora tenemos constancia de que nos tienen por muy, muy idiotas. Se les olvida al cacarear que somos los que pagamos las entradas, los que llenamos plazas y los que renovamos sin ilusión, año tras año, abonos incapaces de fertilizar nuestra afición. No les haría mal que alguien les dijese que nosotros, a diferencia de ellos, estamos aquí por simple y llana afición, con lo cual chanelamos perfectamente el caché de éste o aquel torero, lo que valen los toritos de esas ganaderías que rezan `elimina lo anterior de... y compra vacas y sementales de Juan Pedro Domecq´, y nos hacemos una idea, bastante aproximada, de por cuánto sale la fiesta, nunca mejor dicho. O sea, que se pueden meter en el hueco del burladero el discursito de `semos probes pero honraos´.
Como no le deseamos mal a nadie, y menos en estos tiempos, vamos a darle el cabal consejo que se le daría al charcutero de la esquina o al estanquero de la plaza, que también empiezan a ser víctimas del aumento del ecologismo y el afán de las prohibiciones: si el negocio no va, si pierdes dinero y la cosa no tiene pinta de mejorar, recoge los bártulos y vete. Cierra hasta que vengan mejores tiempos. O búscate otra cosa, chico. Que es por tu bien, chaval. Que no quiero mendigos en mi barrio.
Por eso, exigimos, sin esperanza de ser correspondidos, que se vayan de Alicante, Madrid, Sevilla, Almería, Zaragoza, Valencia y tantas otras; o por lo menos, rogamos que tengan a bien el no ponernos a su altura y dejen de tratarnos como tontos.


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