Día 11 en la Ruta. Quinto fragmento de Hijos del Clan Rojo de Elia Barcelò

Publicado el 11 marzo 2013 por Jr @noticierojr
A punto de finalizar el recorrido de Ánima Mundi, pasando por cuatro páginas hasta Juvenil Romántica, hoy nos toca recoger el testigo a nosotros para entregároslo a todos los seguidores. Ayer tuvisteis la oportunidad de llegar al cuarto fragmento de la novela en el blog Lectura Directa, ahora... ¡Aquí os dejo la quinta y penúltima parte! Recordad que mañana a esta misma hora, a las 12:00 de la mañana, podréis leer el fragmento final en www.animamundi.es, el minisite oficial de la novela creado por Destino (Planeta) especialmente para todos los lectores.

En el mundo sólo existen un puñado de karah, seres especiales, bellos, extremadamente longevos, seres que, según sus leyendas, proceden de otra realidad. Se creen superiores a los simples humanos, a quienes llaman haito: los usan y los desprecian. Hace milenios que viven entre nosotros y, ahora, lentamente, se están extinguiendo. Por eso deciden forzar el nacimiento de un nexo que pueda intentar abrir la puerta que comunica con esa otra realidad desconocida. Entonces aparece ella, Lena, «la heroína que nunca quiso serlo», y la vida de un pequeño grupo de humanos no volverá a ser la misma… ¡Atrévete con esta misión que comenzó hace miles de años!

Ficha completa del libro

PARTE 5 Rojo. Roma (Italia)
Extendió los brazos, comprobó que sus manos no temblaban, pagó y se marchó a pasos largos, aunque no apresurados, en dirección a Santa Bárbara, una iglesia particularmente pequeña, más bien fea, que había sido blanca alguna vez, semioculta al fondo de una plaza triangular entre las fachadas decrépitas de unas casas que debían de ser tan antiguas como el Maestro Bruno. La puerta estaba cerrada, pero no tuvo más que presionar la pesada manivela de hierro negro y se abrió sin ruido dando paso a un interior oscurísimo y frío, que olía a cera vieja y a inciensos pasados. El silencio era casi tangible. Se internó por un estrecho pasillo, a su derecha, en dirección a la sacristía, también desierta. Abrió uno de los enormes armarios con puertas de nogal donde destacaban cientos de agujeritos de carco-mas antediluvianas, apartó unas vestiduras blancas que olían a naftalina y sudor antiguo y, presionando la pared del fondo, deslizó el tablero de modo que quedaron a la vista los primeros peldaños de una escalera de piedra que se perdía en la oscuridad. Entró, volvió a colocar el tablero en su lugar, sacó del bolsillo de la americana una linterna delgadísima que iluminaba tres escalones y, silencioso como un gato, subió hasta un punto en el que la escalera acababa en tres puertas muy bajas. Abrió la de la izquierda, se agachó para pasar y, después de un corto pasillo en una oscuridad total, desembocó en un pequeño vestíbulo forrado en madera donde había varias togas negras en fundas de plástico con sus correspondientes birretes y cadenas. Después de atravesar unas cortinas de terciopelo morado, se encontró en una vasta sala de piso de taracea de mármol de colores y alto techo pintado con un fresco que representaba a Acteón perseguido por la jauría. La fila de ventanas, casi junto al techo, dejaba entrar la luz dorada y cálida del sol de las dos de la tarde destacando las finas tallas y el hermoso color rojizo de los sitiales de caoba que recorrían las cuatro paredes de la sala, como en el coro de una catedral. Cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, lo esperaban charlando en un corrillo junto a la pared frontera, donde estaba el estrado que ocuparía el presidente en las Asambleas Capitulares. Todos se volvieron hacia él. Un hombre alto, enjuto, con pelo plateado cortado muy corto y vestido impecablemente de gris con corbata burdeos se acercó a él sonriendo con la mano tendida. 
—Querido Dominic, ¡qué alegría! Ya hacía demasiado tiempo.
Se estrecharon la mano y después se abrazaron un instante.
—Sí, tío Gregor. Demasiado. Pero a partir de ahora, si todo sale bien, nos veremos con más frecuencia.
—Eso espero, hijo, eso espero.
Uno tras otro, Dominic fue saludando a los presentes. Estrictamente hablando, no todos eran tíos suyos, pero se conocían desde hacía tanto tiempo y sus intereses estaban tan imbricados que podría haber llamado «tío» a cualquiera de ellos, sin faltar demasiado a la verdad. Y lo cierto era que estaban unidos por la sangre, que pertenecían al mismo clan.
—¿No había un sitio más incómodo para reunirnos? —preguntó Dominic, una vez terminados los saludos.
—Yo ofrecí mi casa —dijo una mujer alta y elegante, de espeso pelo negro cortado en media melena.
—En tu casa siempre hay demasiada gente, Mechthild —contestó un hombre con aspecto de banquero—. Además, es la costumbre cuando hay que tomar una decisión realmente importante. Este es uno de los pocos lugares que tiene varias entradas y ofrece garantía total de confidencialidad. Ella se encogió de hombros y encendió un cigarrillo. El banquero le dirigió una mirada desaprobadora, a la que ella no hizo el menor caso; sacó un cenicero del bolso, lo dejó abierto en el borde de uno de los sitiales y se acomodó en otro con las piernas cruzadas. La otra mujer, de pelo muy corto, también negro con algunas mechas azules, se aclaró la garganta hasta que todos se volvieron a mirarla.
—¿Empezamos?
Los presentes asintieron con la cabeza y cada uno se colocó donde quiso: unos siguieron de pie, otros se sentaron, otros se limitaron a apoyarse en algún sitial, con los brazos cruzados. La mujer se sentó en la mesa del presidente, con los pies colgando. 
—Todos sabemos qué hacemos aquí, de modo que no me haré pesada repitiéndolo. Pero tengo que avisaros de que hay otro punto en el orden del día, casi más importante que el que nos ha hecho reunirnos.
—No puede haber nada más importante que nuestra supervivencia —dijo Dominic.

RUTA PARA DESPISTADOS

Fragmento 1  Butterfly Kisses  Fragmento 2  Libros por Leer  Fragmento 3  Fantasymundo  Fragmento 4  Lectura Directa  Fragmento 5  Juvenil Romántica  Fragmento 6 (Final) www.animamundi.es

Agradecimientos a Destino juvenil (PLANETA)