Me empapo primero, me cubro de agua. Después me desperezo lentamente y me imagino que soy un girasol que se despierta con las primeras luces. Salí de la oscuridad muy poquito a poco, al ritmo de canciones. Canciones. Canciones.
Si te soy sincera, hoy tenía preparada una trampa, por si acaso, para rendirme sin que lo supieras. Aún la tengo pero no quiero utilizarla, y lo decidí después de leer el último día del desafío de Cin, porque estos días había olvidado que estoy intensamente envuelta en esto por alguna razón. ¿Sabes qué? Ya sé que me pasó: me abandonó la sincronía, dejé de sentir las redes que nos interconectan a todos nosotros y al mundo y a los fenómenos que lo forman. Me volví inerte e insensible a la magia de la vida, pero ya no más.
Los tres últimos días fueron el abismo. Ni siquiera releí lo que escribí, ¿para qué? Solo estaba vomitando palabras. Pero hoy algo cambia por fin, todavía no siento la soltura de los dedos, pero sé que está ocurriendo algo, alguna lucecita comienza a brillar de nuevo.
Cuando hacía yoga en Indonesia, llegaba a tales puntos de relajación y paz que podía imaginarme perfectamente mi “centro”, no sé cómo decirlo, esa cosita que nos anida en el pecho pero no es fáctica, quizá el alma, quizá el espíritu, o quizá solo la vida. Siempre que lo visualizaba veía una piedrita amarilla y nacarada, en forma de óvalo, y rodeada por otras piedritas pulidas, del color de la arena que se solidifica en la playa. La conexión era muy brutal con ese centro, me parecía desaparecer del mundo, o al revés precisamente: me sentía en total armonía con la naturaleza que me rodeaba (hay que decir que cuando abría los ojos veía arrozales interminables o el cristalino mar de las islas del sur), como si no existiera ni pasado ni futuro. A ese fenómeno se le llama unus mundus, y significa que durante unos instantes la tierra, todas las galaxias y tú mismo sois uno, completo por primera vez.
No sé por qué, pero este desafío me está poniendo constantemente en contacto con mi propia espiritualidad, esa que tanto dejamos de lado en el día a día. Una vez pensé cuánto tiempo le dedicaba a facebook y a perder el tiempo navegando sin rumbo en internet y cuánto poco a pensar por mí misma y me asusté. Sentí que le estaba entregando algo muy valioso a la máquina: mi tiempo, el que invierto en mojarme y desperezarme y encontrar caminos que me llevan muy lejos del origen y que se hacen grandes como el Danubio, y tan mágicos como su nombre. Como Patagonia, como Selva Negra, como Tierra de Fuego, como Kamchatka, como Himalaya: hay nombres que magnifican la propia grandeza de los lugares de los que hablan, ¿no te parece? A mí me hacen cosquillas en los pies, de las que se sienten con el placer extremo y la pérdida de consciencia.
Dicen que ya no existen movimientos verdaderos: ni literarios ni de ningún tipo. A mí me dio pena cuando lo oí e intenté imaginarme cómo sería que los hubiera, y lo que haríamos. Y pienso: claro que los hay, porque es ciego someter que existan los movimientos literarios a las ideologías simplemente, porque tiene que ver más con la estética que con la ética y eso nunca va a dejar de existir. Y si fuéramos un movimiento literario, ¿cómo seríamos? ¿Cuál sería nuestro manifiesto? ¿Dónde nos reuniríamos a hablar de poesía, de juegos de palabras, de sinestesia, de amor, de rumbos, de los otros, de la vejez, de las hojas del otoño, de la luna y de la tierra? A mí me encanta imaginarlo, y de repente me sobreviene la idea de que todos los movimientos estuvieron adheridos a un tiempo y en unos se escribía con pluma como hoy lo hacemos con teclas en una pantalla que ni siquiera es real, aunque hayamos pactado con la máquina que sí lo es. ¿Qué son entonces estas palabras, si no puedo tocarlas? Y nuestro punto de reunión, donde hablamos de literatura y nos comentamos los textos y ponemos en común las ideas es este escenario de papel mojado, pero que viaja mucho más rápido que la luz. Ayer conocí a Franc y cuando Pierre me preguntó de qué nos conocíamos fue difícil explicarlo: me parece que todo esto de escribir-nos y poder leernos inmediatamente es como si en otro tiempo pudiera haber hecho un mano a mano con Milan Kundera, en las reuniones del partido comunista, solo que ahora nos vamos de cañas por una Barcelona espléndida y nos parece que es lo mismo. Me gusta poder leeros y conoceros, a todos. Me gusta que en la modernidad los escritores puedan dialogar entre ellos. Me gusta tener dosis diarias de lectura momentánea, y saber que detrás están menos barbas y más gente que todavía tiene la vida por delante. Como nosotros. Como tú.
¿No hay esperanza para los movimientos? Esto es un movimiento: me rebelo contra la imposición de tener que ponerle nombre a todo. Ven, seamos un movimiento porque sí, sin ideología política, donde nuestra máxima sea el desarrollo de nuestra propia personalidad sobre el papel, porque en este movimiento el síndrome primero es experimentarnos a nosotros mismos para comprender un poquito al resto y darnos cuenta, al fin, de que no somos tan distintos. Que hay olas en todos los mares y queremos estar en la cresta de cada una de ellas.
Te interesa también...
- Día 14 – Pareidolias
- Día 13 – Ecuador
- Día 12 – Nada
- Día 11 – Mil vidas
- Día 10 – La fiesta