El trigésimo día, terminó Carlos su Reto literario y descansó. Entonces bendijo el trigésimo día y lo declaró día del aire en la cara, porque en ese día descansó de todo su trabajo de creación de posts y vio como se abrían los cielos y la tierra para pedalear, y se maravilló con los 335 días de pedaladas que restaban hasta que se viera envuelto en otro lío como este en abril del 2026.
Vale. Bien. Se acabó la broma. Ahora mismo salgo (en bici) a mantener un debate sobre la lentitud como forma de exclusión social y mecanismo de resistencia, al que seguirá el tradicional paseo nocturno Final de Etapa con brindis a la luna. Os dejo un regalo…
Voy a terminar el mes con un libro fundamental y seminal: Energía y equidad: Los límites sociales de la velocidad (Ivan Illich, 1974). Una obra que, más de medio siglo después de su publicación, resuena con urgencia. En ella, Illich anticipó debates clave: la insostenibilidad del modelo urbano cochecéntrico, la hipocresía de las soluciones «verdes» que perpetúan el consumo elitista y la necesidad de repensar la movilidad como derecho (no servicio o mercancía).
Energía y equidad es una crítica radical al modelo industrial dominante: el consumo desmedido de energía, especialmente en el transporte, corroe la equidad, la autonomía humana y la libertad política. Con prosa incisiva y analítica, Illich desmonta el delirio tecnolátrico del progreso. La dependencia de máquinas cada vez más veloces, no beneficia a la humanidad sino que, sobrepasado un umbral crítico, la energía motorizada se convierte en un instrumento de dominación, exclusión social y alienación.
Illich establece con claridad «la paradoja de la velocidad» (que está en la base de mis trabajos sobre la velocidad y la lentitud como mecanismo de exclusión social y forma de rebeldía). Su tesis es que la industria del transporte, al priorizar la aceleración, genera una escasez de tiempo y una distorsión del espacio. En cuanto al tiempo, los vehículos motorizados (coches, motos, trenes o aviones) no solo devoran recursos y contaminan, sino que imponen una lógica perversa: la mayoría dedica demasiadas horas diarias a desplazamientos obligados, sometida a rutinas que limitan su libertad, mientras una minoría privilegiada accede a despedazamientos rápidos y más tiempo libre a su costa. Y en cuanto al espacio, el urban sprawl y la globalización son los otros efectos perversos de la velocidad, que lejos de democratizar la movilidad, refuerza los privilegios: el 1% que viaja en jets consume más energía que el 80% que lucha denodadamente por llegar al trabajo, agonizando en el atasco.
Para Illich, la bicicleta es un símbolo de equidad: propone un límite político a la velocidad de 25 km/h y reivindica la bicicleta como paradigma de eficiencia y justicia. Un ciclista, al gastar 0.15 calorías por gramo/km desplazado con su energía humana, supera en eficiencia energética a cualquier motor. Para Illich, es el vehículo de una sociedad «tecnológicamente madura», donde la tecnología complementa (no suplanta) la capacidad humana.
Todo un manifiesto contra la tiranía de la velocidad y un elogio del ritmo humano, cuasi-circadiano, contrarrítmico de la bicicleta y el caminar. Iván Illich nos ha regalado un libro incómodo, necesario y proféticamente ciclista sobre el que edificar una nueva sociedad donde la tecnología sirva a la equidad y no a la injusticia, el derroche y la destrucción del planeta.