Suenan, suenan los tambores. Pa-para-pa-pam, pa-para-pa-pam, pa-para-pa-para-pa-para-pam. Su retumbar empieza a ascender hacia el cielo, inunda el espacio verde que nos rodea. Estamos en la Ciutadella y está todo el mundo aquí, y la vibrante melodía serpentea entre nosotros acariciándonos. Pa-para-pa-pam, pa-para-pa-pam. Vamos cerrando los ojos y entrando en un duelo con lo mitológico. Alguien me susurra:<<esta música es el origen de todo lo que existe, es la que nos provoca y nos da la vida>> Ni siquiera abro los ojos, el hormigueo en los pies me hace danzar sobre la hierba fresca del verano que no se atreve a llegar por fin.
Yo nací en la África negra, pero nunca se lo había contado a nadie. Yo llevo en las raíces la sangre de caoba y la sal de los desiertos, y la noto palpitarme en la sien cuando los tambores cantan con su voz de tierra. Las palmas blancas se cruzan en el aire, veloces: no las distingo, parecen solo movimiento. Me prendo de ellas y la ondulación de mi memoria empieza a cabalgarme por dentro. Bailo. Incluso canto en la lengua de los ancestros que no tuve y me adoptaron al nacer. Estallo como si los rayos de luz me tocaran.
Algunas veces me pregunto si las raíces son algo más que tiras de vida uniéndonos a la tierra. Nunca he pisado esa África negra que me emociona, pero estoy llena de ella, y sin embargo con mis hogares no siento esa conexión tan fuerte. Hay personas que siempre vienen y me dicen: <<yo quiero morir donde nací>>. Partiendo de la base que yo no quiero morirme nunca, si tuviera que elegir hoy y aquí donde permanecer cuando no sea más que polvo, no se me ocurriría mi pueblito, porque a él no me atan más que unos hilos desgastados. A veces lo encontré bello, al descender las lomas en los atardeceres púrpuras, pero eso no es suficiente. A veces lo disfruté, con la sombra de los árboles en primavera protegiéndome, pero no solo es estaciones la felicidad. Otras veces noté crecer esa semilla hacia el interior de la tierra pero supongo que olvidé regarla.
Es un pensamiento bonito aquel de saber dónde quiere pasar uno el resto de su vida, pero yo no lo conozco, aunque lo confieso: me dan celos, unos celos horribles de pertenencia. Al pensarlo después, sin embargo, entiendo que de tener eso, no tendría aquello otro, es decir, ese ansia de reencontrar mi lugar o, por qué no, mis lugares, donde pueda ir trasplantándome como una margarita asilvestrada, creando una red de raíces invisibles que vaya por dentro de la tierra y por debajo del mar. Alguna vez hablábamos de esto y nos parecía triste que quizá llegara el día en que no tuviéramos nada, ni siquiera a dónde volver, pero qué quieres que te diga: yo no necesito ya ninguna cosa (acaso el bolígrafo y el papel, como una drogadicción lenta y dulce), y menos poseer la tierra que a nadie pertenece.
Ayer volvíamos a casa Didia y yo, deambulando por las calles de la Barcelona oscura, y nos explicábamos cuánto menospreciamos la propia espiritualidad, como si la religión en sí misma fuera la única forma de alimentar el alma y no sólo una de ellas. Amo las religiones: amo conocer por qué creemos, cuáles son las premisas, las historias y las filosofías que se esconden detrás de los megalíticos dioses. Por eso he creado la mía propia, como todos debiéramos, porque creer es importante. Le decía a Di que a veces me pasaba que las calles me hacían deslizarme hacia los templos, pero que me daba igual de qué religión fueran, son templos, solo eso, y en ellos lo que encuentro es evasión y después paz. Como si en esos instantes de silencio yo me diluyera con una mente universal que es de donde fluye todo, todo esto que estoy escribiendo y cada decisión diaria, y cada sueño, pero los míos y los tuyos también, porque es algo así como un pozo galáctico al que solo se tiene acceso con una llavecita que todos poseemos pero a veces no logramos encontrar: la libertad.
Hoy me pareció que comencé el desafío por el tejado. Escribí unas cuantas líneas y después volví a los rituales: las borré y comencé sobre el papel primero, porque primero necesito soltarlo todo, escribir sin escribir, sin estar atenta, solo vaciándome: abrir las compuertas y dejar saltar el agua sobre el gran desierto de las palabras.
PD1. Maga escribió EL MANIFIESTO del desafío creativo. Léelo, convéncete, y después comienza en tuyo sin miedo.
PD2. Aldana, Sita, Cecilia, Sofi y todos los demás, ¡estoy deseando que empecéis! ¡A este paso me pasaré el día leyendo desafíos!
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