El café estaba encima de la mesa y ahora era capaz de entenderlo todo. Comenzó cuando su abuela le enseño su antiquísimo molinillo de philips. Aún recordaba la manera exacta en que bailaban aquellas manos envejecidas moliendo aquel grano, con un olor tan familiar. Se había grabado en su retina, en sus entrañas durante años.Cuando sentía angustia cerraba los ojos mientras se aferraba a aquel viejo molinillo.Soñaba con pasar el mayor tiempo moliendo, bailando y riendo con su abuela, un pajarito le había dicho que se la arrebatarían pronto. En una ocasión vino del colegio muy triste, su abuela la abrazo muy fuerte. Le enseño su recién terminada taza de café, llena de posos, le hizo fijarse en la manera en que se colocaban y jugaron a ver dibujos como si de nubes se tratará. ¡ Qué rápido había desaparecido aquel desconsuelo inicial!Una fría tarde de marzo, la abuela empeoro. Ella alcanzó el descolorido molinillo. Hizo miles de cafés para todos aquellos familiares... Al recogerlos, en una de las tazas, los posos de café adoptaron una misteriosa forma de corazón. Apresuradamente corrió a la habitación y se lo mostró a su abuelita, quien regalo la que sería su última sonrisa.Ahora años después se percataba de lo que su abuela le había revelado. Sus mejores conversaciones, sus mejores recuerdos habían ocurrido en torno al antiguo molinillo. Los problemas se diluían, las penas se restaban mientras que las alegrías se multiplicaban.Le encantaba congregar a los suyos frente al viejo molinillo en acción. Ahora ya sabía el motivo. Era adicta a los pequeños momentos cafeteros cargados de felicidad como los vividos con su abuela. Porque cada café de aquellos llevaba una pizca de magia, cariño y de aquella bella sonrisa que nunca olvidaría.