Yo quería comerme el mundo y el mundo me comió a mi. Es verdad eso que dicen que uno no puede tomar decisiones ni cuando está demasiado excitado, y me refiero al estado adrenalínico de que todo a tu alrededor ha cambiado para mejor, ni cuando uno está a las puertas de una depresión. Pero, aún así la vida es maravillosa. A mi esto que te dices a menudo me recuerda a cuando te pedía que me dijeras que me querías: “Dime que me quieres, aunque sea mentira”, le decía mientras hacíamos el amor o justo después de terminar. Y lo peor es que me quería y yo no quería verlo.
Lo que sí sería realmente maravilloso es que realmente hubiese pasado un solo día entre mi última entrada del blog y esta nueva entrada. Porque no hubiese pasado nada. No hubiera dado tiempo a ir a España, estar allí una semana y volver. Y vivir. Y emocionarme. Y llorar. Porque solo he llorado una vez antes tanto en mi vida y también fue por una pérdida. Pero esta es recuperable, quiero pensarlo así, perdóname.
No tengo muy claro qué hacer o si es mejor no hacer nada. En estos momentos una echa mano de Coelho, de Bucay y unos cuantos más, pero todo lo que dicen al respecto va en mi contra. Dios, ¡cómo odio que esta gente sea referente y no haya contemplado en sus obras a las excepciones! A los casos particulares, a otro modo de sentir.
Yo empecé el blog con un objetivo y tal vez no fui clara, pero a buen entendedor, pocas palabras bastan, dice el refrán. Ahora toca ponerse la sonrisa, máscara del dolor, como decía Bécquer, y ójala algún día pueda preguntarte si tu ríes cómo río yo.
Esta vez no quería volverme, pero no sé porqué nos empeñamos en tomar decisiones con la cabeza, con etiquetar todo lo que nos pasa. Nos empeñamos en no vivir. Pero la vida es maravillosa, y al final quien hizo popular la frase se suicidó. Aunque a veces también se puede morir en vida y renacer. Aún estamos a tiempo.