Sin embargo, este día me trae a la memoria recuerdos infantiles de cuando acudía a la biblioteca ubicada frente a mi casa para entretenerme con la lectura de tebeos y, en ocasiones, realizar los trabajos que me imponían en el colegio. No debí pasarlo tan mal entre aquellos anaqueles repletos de libros si la impresión que me causa el recuerdo es placentera.
También rememoro seguir con la misma costumbre durante la adolescencia, hábito que me hacía acudir periódicamente a la biblioteca pública de la calle Rioja, en pleno centro de Sevilla. Allí comencé a hojear algunos títulos de filosofía cuando me cansaba de consultar obras de astronomía y astronáutica, por entonces, mis temas preferidos.
Hoy, cuando se celebra el Día de la Biblioteca, miro la mía particular y me llenan de orgullo esas baldas atiborradas de unos objetos que atesoran un saber que me ha sido más útil que todo el conocimiento que haya podido adquirir con mi formación académica. Ni qué decir tiene que mi concepto de felicidad está ligado a ese rincón de mi casa lleno de libros. Mi Día de la Biblioteca son todos los días del año. Por eso me causa tristeza que haya que dedicarle sólo una jornada. No lo puedo remediar.