Ha vuelto Woody Allen a las carteleras de cine, cuando pensábamos que su carrera se había terminado, por las razones que todos conocemos de sobra. Pero además vuelve el director neoyorquino a las constantes de su obra. Primero, a Manhattan, visitada por sus personajes, curiosamente, en plan turístico -como puede haber hecho Allen con Barcelona o Roma- en una estancia breve que puede recordar a Holden Caulfield. Pero no. Allen vuelve a utilizar a actores conocidos, estos muy jóvenes, pero también muy de moda, como son Timothée Chalamet -Calle me by your name- y Elle Fanning -La seducción-, a los que hay que sumar a Selena Gómez y a los 'veteranos' Jude Law, Rebeca Hall, Liev Schreiber, Diego Luna y Cherry Jones. Protagoniza el personaje de Chamalet, Gatsby Wells, el recurrente álter ego del director, que rebota entre dos chicas y busca su identidad como hijo rebelde de una familia pudiente. La sátira sobre las clases altas y las élites intelectuales es uno de los temas más queridos del director, que suele escribir a estos personajes desde el cariño, pero también haciendo sangre. Vuelve a hablar Allen de las falsas apariencias, que frustran a su joven héroe, y que llevan a la escena clave del film, en el que el protagonista se reconcilia con sus orígenes y encuentra su verdadera identidad, una que le gusta mucho más que la que habían dibujado para él sus -hipócritas- progenitores. A este personaje se contrapone el de Fanning, Ashleigh Enright, una encantadora e inocente chica de la América profunda, pero millonaria. La confrontación entre el intelectual y la inocente ignorante es otra dinámica que se encuentra en muchas películas del autor de Si la cosa funciona (2009). A estas dos líneas temáticas, en clave de comedia -más bien poco romántica- hay que añadir una tercera intención, la del retrato del mundo del cine, tanto del show business -Diego Luna- como del cine de autor -Liev Schrieber- desmitificando a estrellas y artistas como ya hiciera Allen, por ejemplo, en Celebrity (1998). Con estos elementos se construye una película estupenda, pero que parece tener un tono nostálgico, como de film encontrado, quizás por esa lluvia que atempera la escapada supuestamente romántica de la pareja protagonista, o quizás la melancolía está en nuestra mirada ante el que podría haber sido el último film del director de Manhattan (1979).