Como íbamos con niños, era el día de Nikolaus y no sabíamos como iban a responder ante semejantes postres, optamos por comprar también unos Papá Noel de chocolate. Es dificil que esas cosas fallen con niños.
Solo me quedaba probar la sopa de guisantes que había visto comer con gran nostalgia, al muniqués recién aterrizado. Un plato de erbsensuppe, que aunque la pinta se acercaba al espanto, era deliciosa. Lástima que la temperatura no acompañara, pues rondábamos los 20ºC.
Lo que más me llamó la atención fueron las bebidas. Nunca hubiese pensado que en una fiesta típica alemana, organizada por alemanes y para alemanes, la cerveza que allí tenían, era San Miguel. Va a ser verdad aquello de: "donde va, triunfa". Otra opción era degustar su Glühwein, un vino caliente especiado, que a 20ºC, no hay quien se meta entre pecho y espalda.
En cuanto a las tartas. Es muy difícil que nos puedan parecer las diez magníficas, y más sin saber de que eran. Aunque apenas quedaron unas migajas en los platos. Yo de todas, quizás me quedaría con la Apfelstrudel, que resulto ser un pastel de manzana. El año que viene vuelvo y con un tupper para llevar a casa alguna pieza. Como del mercadillo había muy pocas cosas que se podían salvar, creo que tuve suerte y dí con una de ellas, unas latas de setas alemanas (pfifferlinge), que más pronto que tarde serán el acompañamiento perfecto para una carne o un arroz.
La tarde era estupenda y el café casero no prometía nada bueno, por lo que decidimos acabar la jornada tomándolo en el Puerto de Cartagena, y dividiéndose el grupo entre las que optaron por una vuelta en catamarán por la bahía y los que nos fuimos a visitar el Teatro Romano de la Ciudad. Un placer para los sentidos. Un día de fiesta, sin un plan claro en las vísperas, se convirtió en un agradable día familiar donde disfrutamos cultural y gastronómicamente.