Por Gabriel Díaz, responsable de publicaciones de Global Humanitaria.
Cuando llegué por primera vez a trabajar a Tumaco (Colombia), en el año 2000, hacía muy poco tiempo se había creado el barrio de invasión (asentamiento) llamado 11 de noviembre, día en el que Cartagena de Indias se declaró independiente de España en 1811. Pero aquel panorama nada tenía que ver con emancipación alguna, ni con el realismo mágico de Macondo. Mejor dicho: de realismo mucho, de mágico nada.
El 11 de noviembre se asentaba sobre un vertedero, uno de los mayores basurales de esa ciudad-puerto situada al sur del país, que tenía por entonces unos 150.000 habitantes. Encima de los desechos orgánicos e inorgánicos los recién llegados habían montado senderos con estrechos tablones, los mismos con que construyeron sus chabolas. Así se fueron amontonando decenas de familias.
Entre la consternación y la indignación, mis ojos de principiante vieron cómo la putrefacción de la comida y los excrementos humanos se mezclaban con el de las gallinas y los perros, fundidos a su vez con miles de bolsas de plástico y botellas de vidrio. Para las ratas, un banquete. Sobre ese mismo “terreno” correteaban los niños, que jugaban, reían y también tosían, roncamente, como una persona de 60 años. Recuerdo que una alborotada nube de moscas y mosquitos los perseguía.
Por aquel entonces, en Tumaco era poco recomendable hablar en público del conflicto armado colombiano. Hoy ya nadie calla, todos saben que allí se concentran, para colmo de males, grupos guerrilleros vinculados al narcotráfico y bandas criminales, enfrentados al ejército y la armada. Por ubicarse en un punto estratégico del océano Pacífico, esta ciudad es una de las más violentas de Colombia, pero a pesar de eso siguen llegando campesinos desplazados por la guerra.
Los asentamientos de Tumaco carecen de agua potable y saneamiento, porque la ciudad no tiene y probablemente no tendrá nunca la logística necesaria para la llegada de tantas familias (unas 11.000 hasta el momento). En el casco urbano y el cordón de asentamientos que lo rodea, el agua potable es un lujo al que no puede acceder más del 60% de la población. Y si echamos la vista atrás, comprobamos que siempre ha sido un lujo, porque se trata de un territorio habitado por descendientes de esclavos, los grandes marginados de la Colombia que progresa y ofrece seguridad a los inversores extranjeros.
La imagen de nuestro fotógrafo Juan Díaz lo muestra todo. Es una burla a la inteligencia humana que las grandes multinacionales (salvo algunas excepciones) se enriquezcan con el mercado de agua envasada mientras sigan existiendo situaciones como las de Tumaco. Allí, con suerte, tras caminar con mucha paciencia o esperar al camión cisterna -que puede aparecer una vez por semana- los habitantes consiguen dar con esta fuente esencial para la vida.
¿Cómo es posible que un bien común como el agua se privatice si el acceso al mismo no está garantizado? ¿No se tendría que poner freno a la mercantilización del agua y exigir a los Estados que garanticen este derecho al que no acceden 770 millones de personas en el mundo? Global Humanitaria se lo ha preguntado a la física, ecologista y activista india, Vandana Shiva, y aquí van algunas de sus respuestas:
“El agua es la sangre misma de la vida. El 70% del planeta, el 70% de las plantas, el 70% de nuestro cuerpo es agua. Sin agua no hay vida. El agua circula a través de todas las especies y por el ciclo hidrológico, que nos conecta a todos en una comunidad. Es la comunidad del agua”.
“El agua no es una invención humana y no tiene fronteras. Es por naturaleza un bien común. No puede ser de propiedad como la propiedad privada y venderse como una mercancía. Nadie tiene el derecho de abusar, de malgastar, verter residuos o contaminar los sistemas de agua. El agua es intrínsecamente diferente de otros recursos y sus productores. No puede ser tratada como una mercancía”.
Con motivo del Día Mundial del Agua (22 de marzo), podemos afirmar que, hoy por hoy, el acceso al agua potable es una cuestión de poder, que constituye parte de un codiciado mercado, un festín en el que la regulación por parte de los Estados es la gran ausente.
Os invitamos a leer la entrevista completa en nuestra revista Global 33.