Día del Águila Pescadora: censo ibérico (14.01.17)

Por Felixyloslobos
9:00 h. de la mañana. La jornada se presentaba auténticamente gélida. Quizá la más fría en lo que llevamos de este atípico invierno. Las campos y tierras de cultivo ofrecían una estampa que los gallegos parecíamos haber olvidado; un ininterrumpido manto de blanco hielo lo cubría todo. El display de mi coche no dejaba lugar a dudas: estábamos a 0º centígrados de temperatura, y el viento, moderado, no ayudaba a aliviar esa sensación.
Pero no podía faltar a la cita. Se iba a llevar a cabo el censo nacional de águila pescadora, actividad impulsada por Fundación Migres y coordinada en Galicia por la Sociedade Galega de Ornitoloxía. Más de 25 ornitólogos, entre los que me encontraba, cubriríamos 30 humedales repartidos por las cuatro provincias con presencia de la especie: ría de Betanzos, ría de Ortigueira, embalse de Cecebre, y por supuesto, mi estuario, el estuario del Miño, uno de los mejores puntos de observación de toda la comunidad, entre otros...
No iba a ser tarea fácil. La visibilidad era muy esa. Prácticamente nula. Decidí comenzar la búsqueda desde el sector rosaleiro del estuario, concretamente en San Juan de Tabagón, lugar que ofrece una magnífica panorámica de A Morraceira das Varandas, isla frecuentada habitualmente por las águilas.

Aspecto que presentaba el estuario del Miño a primera hora de la mañana. 


Un mar de bruma fluía lentamente sobre el río. El disco solar aparecía y desaparecía, desdibujado por el velo húmedo de la neblina. Las singulares vocalizaciones de la corneja inundaban el espacio. El coro de las gaviotas, al que poco después se unieron los bulliciosos arrendajos, anunciaba el despuntar de un nuevo día.
Tenía las manos heladas. Trataba sin éxito de entrar en calor. Dediqué los primeros minutos a seguir las evoluciones de los negros cormoranes. El fuerte batir de sus alas producía un audible zumbido que me hacía levantar la vista cada vez que pasaban. Sólo podía esperar... Mientras tanto, mataba el tiempo ojeando mi teléfono móvil.
La luz luchaba por abrirse paso. Los primeros y tímidos rayos se reflejaron sobre la superficie del agua. Los tonos grises se tornaron en verdes y azules. Los contornos irreconocibles de barcos y árboles fueron poco a poco cobrando sentido. La frenética actividad de los peces, especialmente activos por alguna razón que desconocía, me hizo creer que aquellos chapoteos eran cosa de mi amiga la nutria. Pero hoy no era ella la protagonista. O eso pensaba yo...
El sol se imponía, abriendo grandes claros en el cielo. Las garcetas iban tomando posiciones en las mojadas orillas que quedaban al descubierto con la bajamar. Tres graciosas y rechonchas bolitas de algodón se sumergían bajo el agua de manera acompasada. Eran los zampullines chicos, los integrantes más menudos de los de su familia, los Podicipédidos, y unas de mis aves preferidas.

Una curiosa tarabilla se acercó a investigarme. //Manu Sobrino


Tanta y tan biodiversa vida me distraían con enorme facilidad. Cuando me centraba de nuevo en mi objetivo, escudriñaba detenidamente la isla con la esperanza de divisar la silueta de la pescadora. Allí, a lo lejos, la hierática figura del ganado se recortaba entre los juncos. De la rapaz, ni rastro.
Cansado y algo aburrido, cambié de ubicación. Ahora probaría suerte más al sur, en la marisma de Salcidos, en A Guarda. Eran las 10:55 h, y empezaba a impacientarme.
Desde mi nuevo emplazamiento pude contemplar maravillado el espectacular recibimiento de una pareja de aguiluchos laguneros. El vuelo de las tartarañas como se los conoce en Galicia es hipnótico. Acostumbran a planear a baja altura, casi acariciando el carrizal que les sirve de refugio. Difícilmente puede concebirse espectáculo más bello. No lejos de allí, rivalizando con su próximos vecinos, un solitario elanio se cernía cual helicóptero antes de "aterrizar" con sus garras sobre algún reptil o insecto desprevenido.
Los reclamos dulces y aflautados de los zarapitos ponían una nota melancólica. Pero aquel sonido era distinto... Aquel sonido era en realidad un grito. Era la voz de alarma del chorlito gris, el primero en descubrir la sombra amenazante del depredador. Automáticamente, interpretando el lenguaje de la limícola, alcé la mirada. Era ella, la reina de la marisma, el águila pescadora.
El encuentro fue un visto y no visto. Apenas unos segundos en los que no pude realizar ninguna fotografía. El águila se dirigía directamente hacia O Forno do Duque. Y yo, sin dudarlo, fui tras ella. Pero cuando llegué se había esfumado. Detuve el coche, y esperé... Ya no regresó.

Un cormorán grande trata de engullir una solla. //Manu Sobrino


Todavía humeante, el río semejaba una enorme caldera. El calor levantaba grandes cortinas de vapor de agua que finalmente terminarían por disiparse.
A mis oídos llegaba un extraño y lejano rumor. Un insólito rodeo se desarrollaba ahora sobre A Canosa, la mayor de las islas del estuario del Miño. Varios hombres a caballo, uno de ellos portando un lazo, intentaban una y otra vez acorralar al resto de la desconcertada manada, que huía despavorida. Los improvisados vaqueros gritaban, llevados quizá por la emoción de la persecución.
Como contrapunto a esta escena cargada de dramatismo, una preciosa tarabilla eligió posarse apenas a dos metros de mi, examinándome con tanta curiosidad que no pude evitar esbozar una sonrisa. Otro pajarillo, este mucho más esquivo, emitía su inconfundible y potente canto: el ruiseñor bastardo.
Apurando la recta final del censo, de vuelta en O Rosal, disfruté de las excelentes cualidades para la natación y el buceo de los cormoranes grandes. Solos o en reducidos grupos, varios ejemplares se afanaban en procurarse el alimento. En un momento dado, uno de los individuos atrapó una escurridiza platija. Pero aún no estaba todo hecho. Para engullir a sus presas, los cuervos marinos deben realizar complicadas contorsiones de cabeza y cuello con el fin de facilitar la ingestión de las mismas. Operación delicada que aprovecharán sus congéneres para llevarse comida gratis. Y eso fue exactamente lo que pasó. En un desafortunado despiste del legítimo propietario del pez, la solla saltó por los aires, terminando en el pico del ladrón, que acabó siendo perseguido por la enfurecida víctima del robo.

El cansancio empezaba a hacer mella. Mantuve intacta la esperanza de documentar la importante cita de  águila pescadora hasta el última segundo. Lo que jamás hubiera imaginado, es que sería precisamente en el último segundo cuando tuve la oportunidad de grabar unas imágenes únicas.
Última parada. Otra vez desde A Guarda. Faltaban exactamente tres minutos para las dos de la tarde, cuando vi que algo grande se movía en el extenso arenal que separa A Canosa de la Xunqueira de Salcidos. Inmediatamente enfoqué con mis prismáticos. ¡¡La nutria!! Con toda la tranquilidad del mundo, el mustélido atravesó a trote más de 50 metros de un lado a otro para desaparecer poco después tras unos juncos y dejarme un recuerdo imborrable. No me lo podía creer. El vídeo que pude conseguir ya se ha convertido para mi en un auténtico tesoro que guardaré para siempre.
El estuario del Miño no defraudó. No se fue de vacío. Mi observación pasará a engrosar el censo nacional de esta especie amenazada para contribuir a un mejor conocimiento de su situación actual en nuestro país. Esperamos y deseamos que los resultados sean los mejores posibles!