Eliminar de manera aséptica nuestros desechos, sean deposiciones o micciones, no es ninguna nimiedad, sino un avance que ha contribuido a impedir plagas y enfermedades que, antes de la utilización de los retretes, asolaban al ser humano. Basta abrir las páginas de la historia que relatan los estragos de la peste, las fiebres, el cólera, la malaria, el tifus, la polio o la lepra, entre otras, que han diezmado casi hasta la aniquilación a poblaciones enteras de algunos países en el pasado, para darse cuenta de su utilidad y beneficio. Sin embargo, todavía 2.400 millones de personas no cuentan con retretes en condiciones y mil millones hacen sus necesidades al aire libre, según datos de Naciones Unidas.
Disponer de un lugar aislado, que evacúe los desechos humanos hacia fosas sépticas o canalizaciones que los transladen hacia instalaciones de depuración, y nos permita, además, antes de abandonarlo, lavarnos las manos, es una de causas, junto a los antibióticos, que más han contribuido a erradicar enfermedades y limitar los índices de mortalidad de muchas de ellas, permitiéndonos prácticamente duplicar los años de supervivencia. Y todo gracias a un simple y vulgar retrete.
Por eso, cada vez que utilice un retrete y abra el grifo para asearse, piense que si perdura usted en este planeta se lo debe, en gran medida, a él. Dedicar un día para recordar su utilidad no es, pues, ninguna inocentada, sino un merecido homenaje. Pero no olvide descargar la cisterna.