Me gusta que se celebre porque se trata de un golpe de efecto para visibilizar y dar presencia a un colectivo que, muchas veces pasa desapercibido a los ojos de las personas "normocapaces".
Se persigue concienciar sobre la importancia de eliminar barreras de todo tipo, no sólo físicas, sino emocionales y sociales para disminuir diferencias. Porque esas discapacidades muchas veces pueden reducirse con mayores oportunidades, alternativas y recursos. Mi hijo nunca será capaz de colgar un abrigo él solo. Nunca. No si el perchero se encuentra en el aula a un metro setenta con respecto al suelo. Sus hermanos pedirán ayuda, pero él no podrá porque no verbaliza. Si ese perchero está colocado a su altura, todos los días será suficientemente autónomo para colocar la mochila del colegio y su abrigo. Una dificultad menos en el camino y un paso más para la autonomía. Con adaptaciones esas discapacidades pueden convertirse en menos. Y si les dejamos, tratamos de confiar en ellos, les permitimos equivocarse, nos sorprenderemos de los logros que podrán alcanzar y que nunca pensaríamos. La sobreprotección nos protege a nosotros, los cuidadores. Nos da seguridad y nos quita miedos. A ellos les corta las alas. Mi hijo de cada 10 veces que bebe agua solito, 9 llena el suelo. Charcos.Y toca pasar fregona. Pero una vez, ¡una! la ha realizado con éxito y 9 son aproximaciones. Cuando coge la cuchara necesitamos un pollo que vaya recogiendo todo lo que se va cayendo alrededor, pero cada vez menos. Cada vez logra una mayor perfección, Lentamente, sí, desesperante, también, pero para nosotros; para él esos ritmos son los que su cerebro marca. Y hemos de respetarlos por muy frustrante que pueda parecernos. Y, lo más importante, ver en sus ojos la alegría de sentirse mínimamente independiente, de ver como es reforzado, aprobado, y sentirse parte de una comunidad, de una familia. Por eso ayer sí celebré ese día con su familia del CEE Reina Sofía, en Melilla. Y sí, una imagen vale más que mil palabras.
¡Feliz día a todos!