Día inútil

Publicado el 01 mayo 2016 por Daniel Guerrero Bonet
Hoy se celebra el Día Internacional del Trabajo y, como toda conmemoración de esta naturaleza, se hace para denunciar carencias y dificultades. Aparte de ser una jornada festiva, motivo por el que la mayoría de los ciudadanos la celebran, es también una oportunidad para reivindicar un derecho que en España está siendo cuestionado y orillado: el derecho a trabajar. El trabajo es ya apenas un bien, reconocido como derecho en la Constitución española, que debía estar protegido y amparado por los poderes públicos –principalmente, el Gobierno-, pero que por imperativos mercantiles se ha convertido en una utopía para millones de personas que buscan ejercer ese derecho, acceder a un trabajo, sin conseguirlo. Al parecer, un inexistente “derecho al lucro” de algunos empresarios y agentes económicos, ayudados por Gobiernos sumisos, hace que se destruyan empleos y se manden al paro, sin causa justificada alguna, a millones de personas, atentando contra ese supuesto derecho al trabajo. Es decir, prevalece el “derecho” a la avaricia sobre el derecho al trabajo en las sociedades modernas que, sin embargo, celebran el Día del Trabajador.
Hoy, en nuestro país, como en otros muchos de nuestro entorno, más que el Día del Trabajo lo que se conmemora es la ausencia de oportunidades para trabajar, el continuo deterioro de las condiciones laborales, la supresión progresiva de las garantías que protegían al trabajador y sus intereses frente a la voracidad de empresarios y mercados, y la inestabilidad o precariedad laboral y salarial que continuamente se imponen. El Día del Trabajo festeja, hoy, la desnaturalización de un derecho constitucional que se pisotea y se viola cada día: el derecho a trabajar. Por eso, el Día oficial del Trabajo se antoja un día inútil, por muchas manifestaciones y discursos que se organicen para la ocasión y los telediarios.
Y es que, desde que en 1889 la Internacional Socialista declarara el 1º de mayo como Día del Trabajador, en recuerdo de los obreros condenados a muerte en Chicago en 1884 por los disturbios ocasionados durante unas manifestaciones que reivindicaban la jornada laboral de ocho horas, lo que cada año celebramos es la pérdida de conquistas laborales que materializaban ese derecho al trabajo. Trabajar ocho horas en un empleo estable es, en la actualidad, no en 1889, un lujo que disfrutan unos pocos privilegiados. Ejercer una actividad que se regule a través de convenios colectivos, entre representantes laborales y empresarios en pie de igualdad, es hoy una conquista derrotada por la ambición empresarial y mercantil, y refrendada por una Reforma Laboral de un Gobierno que favorece ese atentado contra el trabajador. El socorro que el Estado dispensaba al desempleado ha sido reducido, hoy en día, en duración y cuantía, por el mismo Gobierno que debía velar por el derecho al trabajo y proveer las prestaciones sociales a esos desafortunados que son despedidos de sus empleos. En aras de la riqueza privada de los detentadores del Capital, como son los bancos y el sistema financiero, se sustraen recursos públicos que podrían destinarse a ayudar a los desfavorecidos y golpeados, con la pérdida de sus trabajos y oportunidades, por una crisis económica de la que no son responsables. Para colmo, hasta en la propia Constitución se hace prevalecer el pago de la deuda al reconocimiento de derechos y la prestación de servicios públicos. Todo un cúmulo de "conquistas" a celebrar este día.
En definitiva, que en este Día del Trabajo se puede festejar también, entre otros, el rescate a los bancos, la amnistía fiscal a los que se burlan de pagar impuestos, la bondad con los corruptos y el empobrecimiento, en contrapartida, de la población y los trabajadores, a los que se les exigen constantes y permanentes sacrificios. Si esto es algo que merezca la pena celebrar, que vengan Rajoy y Fátima Báñez a encabezar la manifestación. Ellos son, como presidente del Gobierno y ministra de Trabajo, los que han posibilitado, con sus reformas y recortes, este día tan maravilloso aunque completamente inútil… para el trabajador y el trabajo. Todo un triunfo que merece celebrarse.