El martes, 27 de marzo, se celebra el Día mundial del Teatro y se me ha ocurrido hacer una pequeña entrada hoy, un poquito adelantada, sobre el teatro del Siglo de Oro que tanto me gusta. Reconozco mi profunda admiración hacia los dos grandes del teatro de esta época, Lope y Calderón, pero mi devoción se inclina hacia Calderón, sin duda.
Habría mucho que decir evidentemente sobre el teatro de este época, sobre los grandes autores, sobre la evolución de la representación religiosa a un espectáculo laico, las reglas, la preceptiva de la época, las innovaciones de Lope,... pero hoy me limitaré, si os parece, al público de los corrales de comedias. Un pequeño viaje al siglo XVII...
En el Siglo de Oro las obras dramáticas eran escritas principalmente para ser representadas, no para ser leídas. Los ingresos de los poetas provenían por tanto de la venta de las comedias a las compañías de actores y no de su impresión.
Para informar y atraer al público era preciso dar publicidad a la comedia, y esta se hacía a través de carteles y pregones. No había muchos escrúpulos en este sentido y la publicidad engañosa estaba a la orden del día, atribuyendo la obra a poetas y actores famosos. Todo tipo de público acudía al teatro, que era sin duda un espectáculo de masas en las grandes ciudades, aunque no así en el ámbito rural.
Calderón de la Barca y Lope de Vega
Los caros aposentos eran reservados para la nobleza pero la entrada de patio, espectadores a pie, era asequible para todo el mundo. Las entradas populares hacia 1696 costaban 20 maravedís, cuando el jornal más bajo era de 120 maravedís y las necesidades vitales podían ser cubiertas con unos 30 maravedís diarios.El público del corral era especialmente turbulento, sobre todo los llamados mosqueteros, los espectadores a pie. Tenían los mosqueteros la costumbre de silbar y arrojar verduras y objetos contundentes al escenario cuando no le gustaba la comedia. Otra costumbre mosqueteril era la de entrar sin pagar, hasta el punto de que fue necesario crear un funcionario especial, el alguacil de las comedias. Sin embargo, no parece que hiciesen demasiado bien su trabajo ya que en 1632 hubo de prohibirse por disposición oficial que los familiares de estos funcionarios entrasen de forma gratuita.
Pero estos alguaciles no solo debían vigilar el pago de las entradas sino también cuidar el orden, vigilar la separación de hombres y mujeres (las mujeres solo podían ver la comedia desde la cazuela o desde los aposentos para la nobleza) y la puntualidad en la función.
Lo que daría por hacer un viaje en el tiempo y poder asistir a la representaciones de una de las obras de Lope, más del gusto popular que Calderón, en el Corral del Príncipe por ejemplo. El teatro en estado puro.