Maryclen Stelling.
En la actual coyuntura sorprende la MUD con una propuesta de agenda de diálogo permanente entre Gobierno y oposición. Invitación que apunta a una nueva estrategia democrática que rompería con años de intolerancia política y de boicot a cualquier negociación por la paz política. Tales planteamientos provenientes de una oposición habituada durante 15 años a ser derrotada electoralmente, generan una serie de interrogantes. ¿Llamado sincero, hipócrita, desesperado, oportunista o democrático?
Despreciando las razones mezquinas, la propuesta sugiere que el diálogo en la MUD comienza a percibirse más como una conducta democrática, que como una actitud entreguista y expresión de derrota. Quien realmente ha salido derrotada es la facción de la oposición que apuesta a salidas violentas.
Curiosamente, los exhortos al diálogo desde la oposición coinciden en el tiempo con el llamado a la paz que hace el gobierno, a raíz del resultado de las investigaciones sobre el asesinato de Robert Serra. En este marco, el presidente Maduro afirma que el ”objetivo del asesinato de Serra es desestabilizar al país” y la derecha pretende que Venezuela “se acostumbre a la violencia”. Asegura que no lo lograrán y que la paz seguirá derrotando todos los planes y toda la violencia. Sin embargo, enfatiza en la necesidad de que “haya justicia total, para que haya paz”.
La restitución del diálogo pasa entonces por la justicia en el asesinato de Serra y, además, debe sortear las visiones contrapuestas de oposición y gobierno en torno a los principales problemas del país, que parecen radicalizarse en vez de aproximarse.
El restablecimiento pasa por reconocernos en el disenso y la diversidad democrática. Por superar las perversiones grupales, de gobierno y oposición, aislados y encerrados en su propia realidad. Pasa por quebrar la ilusión de invulnerabilidad y la incuestionable moralidad inherente a cada grupo. Pasa por superar la autocensura que impide la crítica y ofrece una falsa ilusión de unanimidad y homogeneidad. Finalmente, en el mejor sentido orwelliano, pasa por quebrar y denunciar la “neolengua” que impera en cada polo político, simplifica la realidad y coarta la libertad política e intelectual de sus miembros.