«Avanzábamos deprisa contra el viento cuando un trueno golpeó de repente la vela y las olas se precipitaron contra el barco. Incluso los marineros empezaron a considerar que la situación era peligrosa; con gran esfuerzo consiguieron arriar la vela. Me dijeron que el viento había cambiado de dirección y que sus ráfagas violentas volvían a dirigirnos hacia Calais. Mary no llegó a darse cuenta del peligro de la situación. Descansaba entre mis rodillas; yo temblaba tanto que apenas podía sostenerla; aunque no abrió los ojos ni dijo una palabra, sentí que estaba consciente. Yo no estaba tan aterrorizado como inseguro e incómodo. Nada podrá separarnos, pero quizás una vez dentro de la muerte no sintamos ni reconozcamos nuestra unión como la sentimos ahora. Tengo esperanzas, pero no puedo evitar que se mezclen con el miedo por lo que ocurriría con estos espíritus de valor incalculable cuando nos despertemos dentro de la muerte».
Ocho años separan la tormenta relatada en el fragmento anterior y la que se desata el 8 de julio de 1822. En la primera, la embarcación a la que el viento azota y las olas amenazan consigue llegar a puerto; en la segunda, el velero y los dos hombres que lo ocupan sucumben a la tempestad.
Es Percy Shelley quien, el 28 de julio de 1814, describe la primera de las tormentas. El poeta vive en primera persona ambos temporales, pero no saldrá vivo del segundo. Será su segunda esposa, Mary Shelley, nacida Mary Wollstonecraft Godwin, quien relate la segunda cuando descubra la terrible noticia, cuando, como ella misma escribe en la entrada que comienza a redactar en su diario ese fatal lunes de 1814, «una mano negra de dolor me agarró del cuello».
Hermida Editores acerca por primera al lector español los diarios de Mary Shelley. No se presentan íntegros, sino que se trata de una selección de fragmentos —los que la editorial estimó más importantes— de «The Journals of Mary Shelley, editados por Paula R. Feldman y Diana Scott-Klivert (Oxford, 1987) en dos volúmenes, nunca reeditados, y tan difíciles de encontrar que se han convertido casi en una criatura mitológica», según se indica en la nota al texto de la presente edición.
El diario comenzó escribiéndose a dos manos y el futuro matrimonio se refería divertidamente a él como La novela de los Shelley, pero pronto fue la mano de Mary la que se alzó como única autora y narradora. Comienza con la huida de la joven —especialmente Mary, que conoce a Shelley con diecisiete años— pareja y concluye con el desgarrador relato de duelo de la reciente viuda hasta que decide dejar Italia, país en el que muere el desgraciado Shelley, para volver a Inglaterra por el bien de su hijo.
Hasta esa última y dolorosa parte la mayoría de entradas de este dirario son breves, sucintas y se limitan a recoger los acontecimientos del día a día. Abundan las descripciones de los lugares por los que viaja la pareja. Se mencionan reiteradamente los problemas con los acreedores y con Harriet, la esposa que Shelley abandona para huir con Mary. La joven Mary alude en varias ocasiones a la felicidad que vive junto a su amado. También hace continuamente referencia a las lecturas que les ocupan a uno u otro o que comentan entre los dos.
El trabajo de contextualización por parte de la editorial es igual de sucinto y breve que la mayor parte de las entradas seleccionadas para la presente edición. Al prólogo de Gonzalo Torné tan solo lo complementan las escasas frases que anteceden a cada una de las partes en las que Hermida Editores ha decidido dividir este libro. Tengo sentimientos encontrados al respecto. Por una parte, pienso que el trabajo de edición es bastante mejorable en este sentido; por otra —y como se suele decir—, a buen entendedor pocas palabras bastan. Por ejemplo, si se nos deja caer que Shelley coqueteaba con Claire Clairmont, hija de la segunda mujer del padre de Mary, y que hubo cierto tonteo entre la escritora británica y Thomas Jefferson Fogg, amigo de la pareja y abogado, solo hay que leer entre líneas para sentir lo que suponían para Mary las numerosas ocasiones en las que menciona que Shelly y Claire salían juntos a pasear mientras ella se quedaba sola, así como para percatarse de cómo cambia sutilmente su predisposición hacia Fogg, el cual al principio no le caía especialmente bien. Parece ser que los Shelley creían en el amor libre, pero, tras la lectura de varias de las anotaciones de Mary en su diario, tengo la impresión de que, al menos a ella, esa libertad amatoria le procuraba más pesar que felicidad. Incluso llega a mencionarse una discusión entre la pareja, que, como cualquier otra, no debió de ser tan idílica.
Retrato al óleo de Mary Shelley atribuido a Richard Rothwell
Fuente: Biblioteca Bodleiana. Trabajo en dominio público.
Los dos siguientes hijos de la pareja murieron entre 1818 y 1822. Desconozco en qué circunstancias, pues, entre el verano de 1816 y el de 1822, hay un salto temporal —ignoro si solo en este libro, si en el diario original de Mary Shelley o si tal vez se haya perdido parte de los diarios originales (me decanto por esto último, pues hay más hechos importantes en la vida de los Shelley durante este período de silencio, como es el suicidio de Harriet y el posterior enlace matrimonial de la pareja a finales de 1816)—, pero me imagino que dichas pérdidas impactarían profundamente a Mary y más adelante obtengo confirmación de ello por su parte.
El verano de 1816 es célebre por las visitas de los Shelley a Lord Byron en su villa suiza de Diodati, las cuales serían el germen para la creación por parte de Mary Shelley de su mítica novela Frankenstein o el moderno Prometeo. «Parecen ebrios de conversación», escribe el 10 de agosto en referencia a su futuro esposo y a Lord Byron. Conversaciones en las que ella, por timidez, apenas participaba, pero que, en cambio, sí estaba ebria por escuchar, y cuya presencia en contenido en los fragmentos de su diario es prácticamente nula. Sí comenta en varias ocasiones que está escribiendo su novela y alude también a que habla de su monstruo con Shelley e incluso en una ocasión con Byron.
Retrato póstumo de Shelley escribiendo Prometeo liberado. Óleo sobre lienzo de Joseph Severn. Trabajo en dominio público.
Fuente:Daily Life through World History in Primary Documents. Greenwood Press. Volume 3, p. 132. Morris, Lawrence, ed (2009).
Respecto a esas conversaciones, comentará, tras la muerte de Shelley, lo que le duele escuchar la voz de Byron, pues inconscientemente espera a continuación escuchar, como acostumbraba, la de su amado, «de manera que», escribirá el 19 de octubre de 1822, «cuando ahora Albe habla y Shelley no responde, es como escuchar el trueno sin que responda la lluvia o ver un sol que no desprende ni luz ni calor. Escuchar la voz de Albe sin la réplica de Shelley es como sostener en la mano un objeto familiar que ha perdido su tacto: nuestra cualidad favorita, la que más nos gustaba». Y con esto entro de lleno a hablar de la última parte de este libro, del verdadero diario de duelo de Mary Shelley.
Mary idolatra a Shelley. Olvidados parecen sus coqueteos con Claire, así como la persecución de los acreedores. Para ella es un ser superior, un alma por encima del resto de los mortales. «Me fuiste infiel con el agua, cuando tu elemento era el aire», escribe poéticamente el 17 de marzo del año siguiente al de la muerte de su marido refiriéndose al naufragio que la causó. Habla reiteradamente de su deseo de morir. Tal vez desease despertar dentro de la muerte junto a su amado Shelley, haciendo perdurar su amor más allá de esta vida y dando así respuesta a la ignorancia al respecto que el fallecido manifestara al final del extracto con el que abro esta entrada.
William (Willmouse) Shelley, hijo de Mary y Percy Shelley,
retratado por Amelia Curran en 1819, poco antes de su
fallecimiento. Fuente: Seymour, Miranda. Mary Shelley.
London: John Murray, 2000. Trabajo en dominio público.
Sin embargo, ese deseo de morir no es nuevo en ella. Así lo confiesa el 31 de mayo de 1823. «Hace cuatro años, queridísimo compañero de aflicciones, perdimos a nuestro amado hijo, cuatro años ya. Entré en una fase de agonía tan aguda que llamé a las puertas de la muerte para que me liberase de todo lo que me quedaba por sufrir en este valle de lágrimas». «Pero viví, y los males me alcanzaron, y luego tú te marchaste».
La disuaden de convertir en hecho este pensamiento reiterado dos cosas: el único de sus cuatro hijos no fallecido y que llegará holgadamente a la edad adulta, y el deseo de esmerarse en el estudio para estar a la altura de Shelley y ser digna de él. Esta es otra constante en esta parte del diario. La escritora desea consagrarse al estudio y al arte, adquirir conocimiento y alcanzar la sabiduría. Se siente a gusto en soledad. Rechaza la vida social. Se declara incapaz de desenvolverse en la misma. «Cuando la confianza se quiebra, perdemos aptitudes para la vida social y debemos refugiarnos en lo íntimo», escribe el 21 de octubre de 1822. Podría pensarse que esa tendencia al aislamiento es consecuencia de su reciente pérdida, sin embargo, tal vez se tratase de algo intrínseco a su naturaleza y solo se hubiese desenvuelto socialmente a causa de su relación con Shelley, pues, el día 2 de ese mismo mes, había escrito en su diario: «¿no es cierto que sacrifiqué todos los atractivos de la soledad por la suerte de que fueses mío?»
A Mary le toca, por decirlo de algún modo, volver a sacrificar los atractivos de la soledad, pero en esta ocasión a favor de su hijo. Es consciente de que este necesita de la sociedad, así como de que lo más conveniente para él es que vuelvan a Inglaterra y partan por tanto de Italia temiendo, como cuenta también el 21 de octubre, «cambiar las escasas alegrías que todavía me procura la soledad por la envidia, los celos y las tergiversaciones que impone el trato social. Cuando me vaya, seré más consciente de que mis amigos italianos me querían de verdad, y perderé el regalo que aquí no sé cómo aprovechar: que estas personas te conocieron y te amaron. Porque ellos te trataron y te quisieron mientras tú eras mío y mi amigo, y me doy cuenta de que en Inglaterra no podré pensar en ellos sin sentir que una parte de tu espíritu se ha quedado con ellos».The Funeral of Shelley, óleo sobre lienzo de Louis Edouard Fournier. Trabajo en dominio público.
Mary volvió a Inglaterra. Su hijo creció. Ella continuó con su carrera de escritora. Es posible que la soledad siguiera suponiendo para ella un gran atractivo, pero ello no le impidió desenvolverse socialmente. Hubo vida para ella más allá de Percy Shelly, a pesar de que su memoria siguió teniendo importancia en esa vida. Pero eso, a nosotros, no es, por supuesto, que no nos interese, sino que no nos ocupa, o, más bien, no ocupa a este libro ni, por tanto, a esta reseña. Lo que a nosotros nos toca, pues, es dejar a Mary con su duelo. Y con lo que yo os dejo a vosotros es con un fragmento de la entrada en su diario del 15 de diciembre de 1823.
«¡Qué cosa más extraña, la vida! ¡Cuántos cambios le esperan a aquel que cree haberse acostumbrado a las circunstancias del mundo! ¿La persona que es feliz fue amada alguna vez? ¿Se puede ser feliz y libre? A veces me parece que una mala hierba arrojada al mar tiene más peso en el equilibrio de la vida que yo. ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? Una vez pensé que los pensamientos ciegos que trabajan en mi cerebro podían moldear ellos mismos palabras que tejiesen hilos de amor y simpatía hacia mis semejantes, pero me equivocaba: la sociedad es un arenal que se traga todas las aguas que manan de nuestra calidez. Lo que brota con gran esfuerzo de las fuentes más profundas de mi alma no llega ni siquiera a humedecer los corazones que me parecían más tiernos. Mis bendiciones pasan en silencio, se pierden sin efecto. ¿Quién podría calentar la carne de su corazón? Quizás una mujer mejor que yo, porque la idea de ser una mujer débil sacude a diario mi mente vacilante y sensible. Debería aprender a superar la cobardía, buscar la sabiduría y despreciar tantas ensoñaciones ociosas, ocuparme apenas en pensamientos elevados, independientes y firmes…, pero mi mente es una caña que se agita a cada ráfaga de viento que sopla de la sociedad».
Mary y Percy Shelley. Grabado de George J. Stodart basado en el monumento a la pareja de Henry Weekes. Trabajo en dominio público.
Fuente: Emily W. Sunstein, Mary Shelley: Romance and Reality, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1991, ISBN 0801842182
Ficha del libro:
Título: Diario de duelo
Autora: Mary Shelley
Prologuista y editor: Gonzalo Torné
Traductor: Gonzalo Torné
Editorial: Hermida editores
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 184
ISBN: 978-84-122811-6-3
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