Viernes, 15. Sábado, 16. Domingo, 17. Lunes, 18. Fase 1. Antes de retomar la página de un trabajo que dejé sin terminar la noche del jueves, quiero escribir esto hoy. Como cierre de una fase personal sin nada que ver con las fases de esta desescalada que no me imaginaba que iba a afectar así a la escritura de este diario, que doy por concluido. Ya vendrán -o no- otras anotaciones sin el pie forzado del día. El viernes por la mañana recibí la noticia del estado crítico de mi hermano L., el mayor de los cuatro, ingresado en el hospital de Zafra desde hacía más de dos semanas después de aquella primera crisis que dejó su rastro en este relato de un confinamiento. Llamé a la Comandancia de la Guardia Civil para informarme sobre el requisito para poder salir de la provincia de Cáceres y visitar a mi hermano; y poco después, mi hermano J. me enviaba al teléfono una fotografía de un documento de la administración del hospital en que se hacía constar el ingreso y mi necesidad de acudir. En más de dos meses, era la primera vez que iba a viajar y que iba a estar en contacto con otro entorno que no fuese el de los pocos clientes de un supermercado y unos cuantos paseantes a horas menos transitadas. [...] Tengo escritas bastantes líneas más sobre lo que ha ocurrido desde el viernes hasta ahora, casi todas hablando de mí mismo; razón de más para descartarlas e indicar todo con esa señal de omisión. Solo diré que el sábado fue el cumpleaños (25) de mi hijo, y no quiero cerrar estas páginas sin mencionarlo, como un hecho más, acaecido en este período tan extraño. Y tampoco sin dejar recuerdo aquí de la muerte de mi hermano L., el mayor de los cuatro, a las 3.30 de la madrugada de ayer domingo 17, que es límite de una escritura que a él tanto le apasionaba desde joven. La imagen de arriba es la dedicatoria que me escribió en mi ejemplar de La tentación de escribir (2000), una suerte de autoedición limitadísima a media docena de ejemplares de sus escritos -inéditos en su mayoría- de 1964, con dieciocho años, más unos pocos de aquel presente al límite del nuevo milenio. En ese texto, siempre se refiere a sí mismo en las anotaciones posteriores como "la criatura"; o el "imberbe", cuando evocó sus primeras adquisiciones en la Librería Guerra, en la que veía siempre en las baldas más altas de las estanterías los mismos libros y por lo que propuso al dependiente -Jesús, de apodo "Muela"- comprar toda la fila, casi a peseta el ejemplar, escribió mi hermano, que añadió: "Se fueron pagando poco a poco, sacrificando las pipas y altramuces de la señora Rita" (pág. 211). En esa biblioteca que comenzó a formarse por entonces, mi hermano J. y yo tomamos las principales referencias de lo que hoy somos. Nada del otro mundo; pero todo de este. De este que J. dejó escrito en su blog hace años. Entre aquellos veinte primeros libros a los que alude el epígrafe que encabeza esta triste entrada, están el Quijote y las Novelas ejemplares, Os Lusiadas, las Memorias de un médico de Alejandro Dumas, el Fausto de Goethe, dos tomos de la novela de Enrique Pérez Escrich Los ángeles de la tierra, o el primero de De la oración y meditación, de Fray Luis de Granada. Qué horas tan tajantes desde que dejé la página de la noche del jueves, y qué cantidad de circunstancias y sensaciones en una crisis como la que estamos viviendo tan propicias para ser contadas en un diario como este. Da igual. Cierro aquí estas líneas. Sin más detalles.