Este es ya el libro número catorce de Paul Auster que leo. Y puedo decir que de todos ellos los que menos me han gustado con diferencia han sido la Trilogía de Nueva York, que leí en 2010, poco tiempo después de descubrir a Auster, Invisible y Diario de invierno, que son los dos últimos libros que he leído de este autor, uno de mis favoritos desde que leí en noviembre de 2009 Tombuctú y que, sin embargo, me han decepcionado y no me han gustado nada. Aun así, eso no quiere decir que mi relación con Auster se haya roto y que no quiera leer el resto de sus novelas.
Desde que en febrero del año pasado se publicó este Diario de invierno, que Auster vino a presentar a una librería de Madrid, tenía muchas ganas de leerlo, que fueron creciendo conforme veía reseñas positivas. Así que hace unos días me acerqué a la biblioteca del barrio y me traje el libro a casa. Sin embargo el libro me ha durado más de una semana en las manos a pesar de que solo tiene 243 páginas. Se me ha hecho largo, lento, pesado, aburrido a ratos, aunque también es cierto que en otros momentos ha logrado engancharme, divertirme, entretenerme, pero nunca lo suficiente. Esta obra, como su propio nombre indica, es un diario, una autobiografía, en la que el autor, a sus 64 años, recuerda algunos episodios de su vida. Para mi gusto muchos episodios, quizá demasiados. Episodios de su infancia, como caídas, peleas, accidentes, travesuras o partidos de béisbol. Episodios de su juventud y adolescencia, como el descubrimiento del amor, del deseo, de la pasión y, cómo no, del sexo. La masturbación o su primera experiencia sexual con una prostituta. Auster recuerda también a sus dos primeras mujeres, sus fugaces matrimonios, sus relaciones de amor-odio a trompicones, entrecortadas. Y a su actual mujer, su gran amor, con la que lleva más de treinta años. También tiene palabras y recuerdos para sus hijos. Y, como no podía ser de otra forma, también para sus padres. Cómo era la relación con ellos, cómo fueron sus muertes y, sobre todo, cómo las vivió él. Muertes repentinas, traumáticas, difíciles de superar y de asimilar. Porque en la vida de Auster, como en la de todos nosotros, hay momentos buenos y momentos malos. Y el autor se explaya más en esta obra en los momentos de sufrimiento. Como un accidente de coche que casi les cuesta la vida a su mujer y a su hija. Sus ataques de pánico. También hay sitio en este diario para los recuerdos del resto de su familia. Las historias de sus abuelos. La mala relación con parte de su familia materna desde que sus padres se separaron. La hipocresía, la falsedad, la envidia. Auster rememora también sus viajes por medio mundo, la época en la que vivió en París y, algo que me ha sorprendido, elabora una extensa lista de las 21 casas en las que ha vivido. Detalla cómo eran las viviendas, la ciudad y el barrio en el que estaban situadas, quiénes eran sus vecinos y cómo era la relación con ellos. Esta parte me ha resultado especialmente larga, lenta y pesada. En muchos momentos de esta lectura he tenido la sensación de que Auster escribió este diario dejándose llevar, sin ningún hilo conductor que uniese unos recuerdos con otros, saltando de unos a otros sin sentido en algunos momentos, saltos geográficos, temporales y temáticos. Si a esto le añadimos que el libro no tiene capítulos, para mí la lectura no ha resultado nada ágil ni fluida sino todo lo contrario. Con esto no quiero decir que sea un mal libro. Como siempre, estoy casi segura de que la culpa es más mía que de la novela o del autor. A lo mejor no lo he leído en el momento adecuado. La verdad es que no descarto darle otra oportunidad dentro de un tiempo. A pesar de todos estos peros, tampoco me arrepiento de haberlo leído. Me ha gustado conocer tan a fondo la vida, las vivencias, las sensaciones, los recuerdos y los sentimientos de uno de mis autores favoritos, a quien admiro muchísimo como escritor y del que no conocía prácticamente nada de su vida personal. Hasta ahora. Porque Auster se desnuda completamente. Sin tapujos. Sin pelos en la lengua. Sin vergüenza. Sin pudor. Nos habla de sus miedos, de sus obsesiones, de sus errores, de las cosas de las que se arrepiente o se avergüenza, ya sea por haberlas hecho o, por el contrario, por no haberse atrevido nunca a hacerlas. Un ejercicio que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida. Sobre nuestro pasado, como hace él, pero también sobre nuestro presente y nuestro futuro. Porque nadie sabemos cuántas mañanas quedan. Lo que sí sabemos es que siempre que se cierra una puerta se abre otra y que antes o después todos entraremos en el invierno de nuestras vidas. Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.